De aquí viene que la muerte pueda
parecer una liberación, un acto humanitario, algo que se aleja del mero cálculo
para convertirse en una acción moral. Se alcanza así la satisfacción burguesa
de la que nos hablaban Nietzsche o Bloy, la complacencia que hemos citado con
Kass. Parafraseando de nuevo a Gómez Dávila el hombre contemporáneo ya no
quiere pedir perdón por sus faltas sino que exige que sus faltas no se
consideren como tales. En sus palabras “el cristiano moderno no pide a Dios que
lo perdone, sino que admita que el pecado no existe”.
Despojarse de la carga de la
dependencia humanitaria para cortar por lo sano, en nombre del humanitarismo
define a cada uno de nosotros y define a la sociedad completa. Nos hace buenos,
como la “banca responsable” hace bueno al viejo gestor agresivo. Sólo así se
entiende que como ha ocurrido en Bélgica la eutanasia de dos gemelos a la vez,
ante la amenaza de una ceguera en diez años se considere algo así como una
nueva frontera en la extensión de la eutanasia. Un nuevo reto para el médico
que lo realiza. Curiosa transformación, lo que se hubiera definido como un
Mengele hace unos años ahora es un triunfo técnico, una nueva frontera, algo
así como el transplante de cara. (http://www.abc.es/sociedad/20130115/abci-gemelos-belgas-eutanasia-201301151849.html)
El informe Sicard, por supuesto no se
manifiesta abiertamente partidario de la eutanasia, al menos de la eutanasia
que adopta el nombre de tal. Sin embargo, tampoco sigue la línea anglosajona de
no considerar eutanasia a la prolongada deshidratación de un paciente, como
vimos en el caso de Terri Schiavo.
Si ciertamente parece adoptar la
posición maximalista derivada del la jurisprudencia anglosajona de que el
rechazo de una medida de soporte vital en cualquier caso es un legítimo rechazo
a un tratamiento, no lleva esa lógica hasta el extremo de esperar la muerte
durante días en el acto humanitario-cruel. Busca mas bien “la solución
humanitaria” que sospechamos que ocurrió en el caso de Eluana Englaro. Así
apela y reconoce un llamado gesto
letal, forma definitiva de acabar con el sufrimiento y la amenaza de la muerte
no controlada. Este gesto letal cierra un circulo que supuestamente se basa en
la autonomía del paciente ( yo rechazo un tratamiento a lo que tengo derecho y
muero) pero que debe buscar otra salida pues ese rechazo que “no es matar” se
convierte en una muerte cruel a lo largo del tiempo.
Este llamado gesto letal, que
salva el acto humanitario de una crueldad mayor que la propia muerte natural y
temida , consiste realmente en utilizar una sedación excesiva
para provocar directamente la muerte del paciente. Es decir, una eutanasia
activa y directa de manual. Cambiado el nombre parece que se exorcizan los
temores que el mismo informe alberga respecto a la eutanasia en sentido
estricto.
Sin embargo, un temor residual puede
quedar en una acción que cumple la condición de ser “transitiva” como dijo
Diego Gracia ante la comisión de estudio del Senado español sobre la eutanasia. Por eso Sicard que
trampea acudiendo a una sedación
terminal que realmente es una sedación eutanásica, vuelve a hacer trampas con
una referencia desconcertante al suicidio asistido.
Es a esta cuestión del suicidio
médicamente asistido a la que dedicaremos la parte central de nuestras
reflexiones sobre las contradicciones del informe Sicard.
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