viernes, 8 de febrero de 2013

Informe Sicard: muerte y tecnología.





Me propongo en una serie de entradas referirme al informe Sicard “Pensar solidariamente el fin de la vida” transmitido al Presidente de la República Francesa.

Introducción.


Hay algo de obsceno en considerar el dispendio del recurso médico como el principal problema de la Medicina. Esto es aún más evidente en épocas de crisis económica como la que padecemos. Ante el recorte, el exceso de gasto  parece algo  más lejano, el riesgo percibido por el usuario esta  más en la posibilidad del  no acceso que el peligro de la sobreactuación. En esto nos daban lecciones quienes consideraban que gran parte de lo que nos preocupaba a los occidentales era fútil en sociedades donde el hombre percibía el riesgo de la enfermedad, el hambre o la propia muerte como mas cercano e inevitable.
Sin embargo, el utilitarismo extremo que surge en el cálculo directo y brutal del coste-beneficio, requiere, al menos en nuestro entorno algún tipo de disfraz.

Así lo hemos visto cuando un ministro japonés se ha atrevido a plantear la cuestión del esfuerzo terapéutico de forma clara y directa, recurriendo en una lectura simple ( y de nuevo utilitarista) al deber social de no malgastar los medios de todos. Por supuesto que la lectura es unilateral y olvida elementos básicos de las culturas tradicionales, como el respeto a los ancianos, sustituido en este caso por el principio básico de la horda de que quien no puede seguir el ritmo de marcha del grupo debe ser abandonado o eliminado por piedad.

El temor desmesurado del hombre contemporáneo al sufrimiento y a la muerte, que se oculta por la construcción de un riguroso tabú, sirve aquí para definir  la excusa humanitaria.

El hombre siempre ha temido a la muerte y ha sido consciente del sufrimiento. De hecho la explicación del mundo debe enfrentarse con estas realidades, dar cuenta de ellas como da cuenta de la envidia, de la injusticia, de las partes oscuras de la sexualidad o las relaciones familiares. Sin Caín o sin  Clitemnestra  nada decimos sobre el mundo.

Las realidades actuales están descolocadas porque las viejas explicaciones han sido sustituidas por un cuento bobo, pero tremendamente atractivo sobre la “superación” por el hombre de las contradicciones que le amenazan. El sufrimiento sería superado, como la injusticia, el odio, en una nueva naturaleza humana no reparada sino reconstruida por el propio hombre. Como esta nueva realidad inventada  no resiste el contraste con lo que realmente acontece,  el hombre se ve dirigido a la alternativa entre la explicación imbécil que no explica nada y que constantemente nos embelesa con la superación de la injusticia, de la enfermedad o de la propia naturaleza humana o al nihilismo, que tiene bastante que ver al final en nuestra historia.

La muerte sólo puede ser desterrada en esta explicación, pero para expulsar a la muerte el hombre se ve obligado a reprimir  cualquier pensamiento que no sea o bien la ratificación exacta de su bobería, o la reducción del sujeto a una realidad subhumana donde aparentemente no  se sufre por que no se piensa. Entre esas redes resurge constantemente la tentación nihilista, que es exactamente la tentación suicida.

El tópico de la muerte ocultada construido por la sociología francesa prueba que también la sociología, con cierto esfuerzo, puede llegar a decir algo relevante. La muerte ocultada rebrota de forma salvaje, no domesticada, en un entorno donde el control de la muerte se logra con el único medio accesible a los humanos: provocándola.

En efecto, los hombres sabemos desde siempre que sí  nos es dado causar la muerte, aunque ciertamente provocando un terrible impacto que nos afecta personal y socialmente, no tenemos absolutamente nada que hacer para evitarla. De ahí la fuerza del odio, frente al amor, de la destrucción frente al intento de que perviva aquello que amamos. En última instancia, los consuelos inmanentes frente a la muerte o son un flatus vocis “la obra inmortal” o sólo sirven para posponer un poco lo inevitable, como sucede con la posible pervivencia en nuestro recuerdo de aquellos a quienes amábamos.

Este relato al que nos referimos, que pretende situar a la muerte humanitaria como liberación, tiene un poderoso aliado en el reciente temor a la técnica. Incluso en el discurso dominante la técnica tiene una situación ambivalente, su haz y su envés. En uno es el medio de transformación técnica del mundo, aunque normalmente el técnico no sabe ni lo que transforma ni para qué.

Esa transformación aparece como la gran liberación del hombre, medio y algo más que medio del paraíso progresista. Su imagen podría caracterizarse en el entusiasmo por el medio tecnológico, que atonta desde el adolescente consumidor al adolescente permanente de la nueva técnica. El síntoma alcanza todo estamento. Antes al visitar un centro académico te enseñaban la galería de retratos o la biblioteca,  ahora el aula informática o algún peregrino simulador.

Pero la técnica tiene también su lado temido. El hombre contemporáneo es consciente de lo que la técnica puede hacer con su vida, con su libertad, con su entorno. De ahí la reiterada sublevación antitécnica que ya no es la protesta del reaccionario ante todo el mundo moderno, “el mundo moderno no será castigado, es el castigo”, que decía Gómez Dávila,  sino que es la nueva actitud de los progresistas que les impiden, a juicio de Yubal Levín  refiriéndose al Partido Demócrata Norteamericano seguir caracterizándose como “el partido de la Ciencia”.

El nuevo temor a la técnica se agudiza en las fases finales de la vida, en la percepción de que el sujeto pase a objeto. Curiosamente en una concepción adecuada, la nueva dependencia de la atención se limitaría a requerir el desarrollo de una ética del cuidado o una actitud de lo que MacIntyre llama la asunción de la dependencia, pero ante la actitud exclusivamente tecnológica surge el horror a ser objeto de intervención y manipulación.

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