miércoles, 18 de julio de 2012

"Las religiones políticas en la crítica de Eric Voegelin y Nicolás Gómez Dávila. Una lectura de Rousseau" IV


3.4 Liberalismo y democracia.

En un sentido muy clásico Gómez Dávila es muy consciente de la diferencia entre libertad y democracia, relación  que el teórico Bertrand de Jouvenel, en una línea que enlaza con Chateaubriand y Tocqueville, ambos queridos por nuestro autor, describe con precisión y gusto literario:

No sería justo, sin embargo, tratar esta transformación política como si no hubiera sido más que un sencillo cambio de un soberano a otro. Si no hubiera habido otra cosa, no se comprendería que a la noción de democracia, que strictu sensu  no significa más que una soberanía radicada en el pueblo y ejercida en nombre del pueblo, se encuentren incorporadas las nociones, en buena lógica ajenas de libertad y legalidad. Su presencia aquí es un testimonio. Como la presencia de conchas en la cima de una montaña atestigua que estuvo el mar en otro tiempo, así también las asociaciones emotivas de libertad y legalidad con la democracia evocan que se quiso algo más que un simple cambio de soberano. Los que se  pretendió fue civilizar al minotauro, convertir al dominador impulsado por sus apetitos en un simple mecanismo purgado  de todo elemento subjetivo y ejecutor impasible de leyes justas y necesarias, incapaz de atentar contra la libertad individual; un servidor, en fin, de las grandes ideas de legalidad y libertad.[1]

Como los grandes republicanos romanos, Gómez Dávila vinculará siempre la libertad con la aristocracia libre de temores “Nada más noble que el aristócrata liberal- como Tocqueville- para quien la libertad de todos es el privilegio que compete defender a la clase dirigente”[2].

 Por contraste vinculará la falta de libertad precisamente al demagogo, al demócrata estricto en su terminología, que se alza con el poder con el apoyo de una masa que valora escasamente la libertad. “El pueblo no ovaciona sino al futuro tirano”.
[3] Cuestión que deberemos tratar en su momento es como se vincula esa posible aristocracia a una antropología tan firmemente pesimista, o como siempre esa posible aristocracia se proyecta hacia el pasado, pues del futuro no puede esperarse nada y en el presente no hay nada que encontrar.


De forma muy elocuente el principal riesgo para la libertad de ese sentido democrático viene por la brutal imposición del gusto de la masa. Algo que ya describió con claridad Tocqueville respecto al gusto plebeyo norteamericano, la primera democracia y que tuvieron que pagar duramente los autores de esa nacionalidad. Esa era la menos la opinión del gran traductor de Poe, Baudelaire, respecto al trato de la nación americana al primero de sus literatos. En su prólogo biográfico a las obras de Poe se mostró inmisericorde con los inmisericordes:

La opinión pública en las sociedades democráticas se erige en despiadada dictadora. No esperéis de ella ni caridad ni indulgencia, ni ductilidad alguna en la aplicación de sus leyes sordas y ciegas, para los casos múltiples de vida moral. Parece que del desposorio ateo de la libertad con la plebe ya ha nacido una nueva tiranía, la tiranía de las bestias, la zoocracia, que por su insensibilidad feroz recuerda al ídolo de Jaggernaut.[4]

Insensibilidad que al contrario de lo que piensan otros autores surge de la exaltación sensiblera burguesa: “El sentimentalismo, la benevolencia, la filantropía, son las incubadoras de las grandes matanzas democráticas.”[5]


No es el menor de los problemas que crea la democracia, (junto a la absolutización totalitaria que citaba Dalmacio Negro, y que Gómez Dávila sentencia en una dura apreciación sobre Rousseau “Totalitarismo es la realidad empírica de la “voluntad general”[6],)   la creación de un gobierno de expertos, es decir, una tecnocracia. Se produce así la paradoja de la peculiar religión, el hombre es llamado a todo, es decir a la participación política completa, aunque se crean las condiciones del caos. Luego por el contrario incluso en los aspectos más íntimos el Estado somete al ciudadano al gobierno de expertos:

La gravedad de la situación actual yace en su esencia misma, que exige a cada individuo una actividad y una política económica sana y recta, negándole simultáneamente la posibilidad de hacerlo.
Se lo exige, primero teóricamente, ya que el Estado actual, cualquiera que sea su aspecto superficial, es una democracia, es decir, un Estado donde el individuo es sujeto y objeto de la soberanía.
Todo individuo se halla así teóricamente obligado a la plena conciencia política.
Se lo exige, en segundo lugar, de manera concreta, ya que el individuo tiene que formar parte del cuerpo político y no hallarse meramente en él.
Pero inversamente, le niega la posibilidad de hacerlo , y se lo niega de doble manera.
En primer lugar, el Estado actual,  al exigir democráticamente la participación inteligente del individuo en la vida, de la sociedad, se obliga a someter, indistintamente a todos , problemas de cuya solución  la mayoría es incapaz; fomenta luego un caos de opiniones, donde  se prepara el desorden y la decadencia del Estado.
Así, niega al individuo la posibilidad de una actividad política sana, recta, atinada  y justa.
En segundo lugar, aspirando el Estado a que la competencia técnica regule todas sus actividades, el individuo se encuentra sacrificado a la parcialidad pragmática del experto. Sus más íntimas  necesidades escapan a su voluntad, para que las determine exteriormente una razón o una norma  cuya justificación elude su inteligencia.[7]

Un largo camino ha llevado a esta radical perdida de libertad, camino que ha recorrido a juicio de don Colacho la misma burguesía. Agente de la industrialización fue luego agente del domino del experto:

“La burguesía, en el marco feudal, se localiza en pequeños centros urbanos donde se estructura y civiliza.
Al romperse el marco, la burguesía se expande sobre la sociedad entera, inventa el Estado nacional, la técnica racionalista, la urbe multitudinaria y anónima, la sociedad industrial, la masificación del hombre y, en fin, el proceso oscilatorio entre el despotismo de la plebe y el despotismo del experto”.[8]

Desde una aproximación histórica este exceso y esta opresión esta relacionada con la creencia de la sociedad de ser dueña de su historia. De nuevo:

Toda sociedad que se cree dueña de su historia, que se halla segura de sus propósitos, convencida de la excelencia de sus principios y persuadida de poseer la verdad, tiraniza y oprime.
Como la ciencia nos amenaza ya con un conjunto imponente de verdades, la sociedad que las acoja puede, empleando algunas deshonestas extrapolaciones, transformarlas en el instrumento de un despotismo ilimitado.
La duda y un irracionalismo metafísico son las condiciones necesarias de la aparición y de la supervivencia del individuo.[9]

Este proceso de implantación de la tiranía total requiere una subversión de la autoridades naturales, es decir,  de toda autoridad que no tenga su base en el mismo Estado. Proceso que se ha agudizado en los últimos tiempos a través de las teorías que han trasladado el viejo esquema de la lucha de clases al conjunto de la vida social. En otro Escolio: La condición suficiente y necesaria del despotismo  es la desaparición de toda especie de autoridad social no conferida por el Estado.[10]

Si seguimos la clave interpretativa de Voegelin que hemos apuntado podríamos decir que la claridad del escolio gomezdaviliano se produce cuando, a diferencia del autor germanoamericano( o del propio Dalmacio Negro) Gómez Dávila en línea con el reaccionarismo clásico extiende los males de las “nuevas religiones políticas” a la propia democracia moderna entendida en sentido estricto. Véase así a Voegelin que no usa el término democracia cuando dice: “Por movimientos gnósticos han de entenderse movimientos como: El progresismo, el positivismo, el marxismo, el psicoanálisis, el comunismo, el fascismo y el nacionalsocialismo.”[11]

La vinculación entre democracia y positivismo aclara también el proceso de desencantamiento del mundo, un proceso de raíz en el mismo cristianismo pero que con el positivismo alcanza su culminación. Voegelin, sin embargo, nos muestra con acierto como en ese avance del positivismo se observa una oscilación desde  el entusiasmo de Compte y la amargura de Weber. En sus palabras:

La evolución de la humanidad hacia la racionalidad de la ciencia positiva era para Compte un desarrollo indudable, porgresivo; para Weber, en cambio,  se trataba de un proceso de desencantamiento (“Entzauberung”) y de seculariación (“Entgöttlichung”) del mundo. Por el tono de sus lamentos ante la pérdida del encantamiento divino del mundo, por su aceptación del raconalismo como un destino que había que soportar aunque  fuera deseable, por sus quejas ocasionales  de no encontrar su  alma a tono con lo divino, llego casi a descubrir su fraternidad  con los sufrimientos de Nietzsche.[12]
4.1 Gnosticismo y cristianismo.

Ahondando en la tesis chestertoniana de la verdad católica que se ha vuelto loca[13], Gómez Dávila, con notable acierto, sitúa el origen de la doctrina democrática precisamente en el propio cristianismo, o mas exactamente en las herejías que sucediéndose desde la Antigüedad, atravesaron la Edad Media para eclosionar en los albores de la Modernidad:

La moderna religión democrática se plasma, cuando el dualismo bogomilo y cátaro se combina, y fusiona, con el mesianismo apocalíptico. En los parajes de su nocturna confluencia, una sombra ambigua se levanta.[14]

Como había afirmado Voegelin de donde procede en una parte sustancial el comentario Gómez Daviliano: “Evidentemente nuestra comprensión de los movimientos políticos modernos contemporáneos  y posteriores a la Ilustración ganará una nueva profundidad  cuando dejemos de ver como “nuevas” las ideas de Compte, Marx, Lenin y Hitler sobre la transfiguración definitiva de la historia , y las veamos como especulaciones escatológicas que se remontan al misticismo activista del siglo XIII; cuando dejemos de considerar la dialéctica hegeliana o marxista de la historia como un nuevo historicismo y un nuevo realismo, y la consideremos como un nuevo ascenso de la especulación gnóstica.”[15]

Löwith por otra  parte interpreta igualmente que la idea de progreso es una secularización del Eschaton cristiano y añade que las posturas anticristianas  como las de Nietsche y Heidegger dependen del “horizonte teoantropológico abierto por el cristianismo”. Lo que es respondido por el mismo del Noce, parafraseando a Voegelin  que insiste en que la diferencia entre gnosis  antigua y moderna se encuentra en que la primera ateíza el mundo en nombre de la trascendencia divina mientras la segunda lo hace  en nombre de un inmanentismo radical.[16]

La posición de Löwith a juicio de algunos no aprecia el carácter absolutamente herético de la secularización del escatón y la necesaria actitud  antireligiosa que genera el paraíso inmanente. Vease si no el siguiente párrafo, ciertamente poco concorde con la actitud  que Gómez Dávila toma de Voegelin:

“Nosotros, los hombres del presente, interesados en la unidad de la Historia Universal, de su progreso hacia un fín último, o, por lo menos, hacia un mundo mejor, nos encontramos todavía en la línea del monoteísmo profético y mesiánico; somos todavía judíos y cristianos, no obstante lo poco que podamos pensar de nosotros mismos en tales términos; pero al lado de esta tradición predominante somos también los herederos de  la sabiduría clásica. Estamos en la línea del politeísmo clásico cuando nos interesamos en la pluralidad de las diversas posturas y exploramos con curiosidad ilimitada la totalidad del mundo natural e histórico, guiados solamente por un conocimiento desinteresado, sin preocupación alguna en la redención.”[17]


[1]  Jouvenel, Bertrand de, Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento. Unión Editorial. Madrid. 2011, p 318.
[2] Escolios a un texto implícito, p 79.Vid Raymond Aron, “La definition liberále de la liberté” ,: Alexis de Tocqueville et Karl Marx, en Archives europeennes de sociologie, 1964, 5.
[3] Escolios, 1074.
[4] Tomo la traducción de González Ruano, Cesar , Baudelaire, pp 132-133.
[5]Escolios, p 1080.
[6] Escolios,  p 1084.
[7] Notas, pp 199-200.
[8]Escolios, p  1082.
[9] Notas, p. 80.
[10] Notas, p. 972.
[11]Voegelin, E. ,Sustituto de la religión, p 149.
[12]Voegelin, E. Nueva Ciencia de la política, p 39.
[13] Chesterton, G.K., Ortodoxia,  FCE, México, 1987.
[14]Textos, p.  74.
[15] Voegelin, Eric  History of political ideas, vol IV, Renaissance and Reformation., Columbia University of Missouri Press, 1998, p. 178.
[16]Vease a Borghesi, Máximo, Secularización y nihilismo, Encuentro, Madrid, 2007, p. 50. Löwith, K. El sentido de la Historia. Implicaciones teológicas de la filosofía de la historia, Aguilar, Madrid, 1973. del Noce, A. Eric Voegelin e la critica dell’idea di modernitá, Introducción a la edición italiana de Nueva Ciencia de la Política, Turín, 1968.
[17]Löwith, Karl, El sentido de la Historia, Aguilar, Madrid, 1974,  p. 26.

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