viernes, 6 de enero de 2017

Naturaleza en la imaginación.

Alguno de los Inklings, o quizás el mismo Gómez Dávila, afirmó que la Naturaleza sólo pervive en la imaginación de algunos hombres. Contemplando el paisaje de la Sierra desde Montecarmelo, me ha venido a la memoria esta idea. En lo esencial, y si uno eleva la mirada, y a pesar de la boina de las combustiones que a veces cubre Madrid, y sirve de excusa al arbitrismo comunista, la Sierra puede contemplarse intacta en la lejanía, con sus montañas algo nevadas, sus laderas casi negras,  el pardo y ocre del monte del Pardo, que no pierde su belleza de paisaje humanizado por los caminos que lo cicatrizan. Ni siquiera el ominoso ciclista o  el jinete que orgulloso los cruza, sin responder a los saludos como pseudoaristócrata no guillotinado, o el todoterreno que accede a las finquitas que han ido invadiendo el espacio anterior a la valla consiguen disipar la impresión de que estamos ante lo natural, un poco más allá de nuestra imaginación.
Si se eleva lo suficiente la mirada, y no se fija uno en la M40, torrente ruidoso y mecanizado que parece una frontera insuperable, y nos detenemos sólo en la vía del tren, normalmente vacía como todas las vías, la ilusión se mantiene. Hay algo en el paisaje que permite integrar algunas cosas, especialmente las vías, como algo humano incorporado a la Naturaleza. Supongo que es un prejuicio el ver un transporte  que tiene casi dos siglos de historia como algo integrable en el paisaje, no digo como la Muralla china, pero al menos si como los cortijos de silueta tradicional.
Si uno eleva la mirada puede hacerse la ilusión. Pero esta se disipa pronto. No voy a referirme a la oleada de luchadores del colesterol que uno cruza y que equipados en Decathlon tienen poco aspecto natural, tampoco a los niños y adultos con todo tipo de ruedines y ruedas que uno esquiva con afán de supervivencia, incluso concedo que gracias a los sistemas de  auriculares, los luchadores contra el silencio que van armados con reproductores de música, no son suficientes para evaporar la ilusión que uno va buscando estos días que no ha podido irse hacia arriba, a las montañas. Lo definitivo son los cables, las innumerables hileras que rompen el paisaje y que impiden "una sola toma limpia" que es lo que se me ocurre  que diría un cineasta, toda vez que yo no se nada de cineastas ni de lo que dicen.
Si el cable en la lejanía, cortando el aire entre los postes, nos devuelve la imagen de Mordor, en mi opinión con mas fuerza incluso que las chimeneas, la torre de alta tensión cercana, interrumpiendo el camino, la visión e incluso según muchos la salud, es una realidad amenazadora, cercana, directa, que nos obliga a volver a casa con la ilusión de cerrando los ojos reconstruir una imagen natural de la sierra en el horizonte. Metáfora de tantas cosas que tan sólo perviven en nuestro recuerdo, un recuerdo falso pero imaginado toda vez que nunca las vimos intactas ni tenemos la esperanza de verlas recuperadas.

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