domingo, 2 de octubre de 2016

Represion ideologica en materia de familia.

Cambio el titulo de Varsovia que provocaba una mala interpretacion.
Decia Jardiel Poncela que besar a una mujer puede conducir a la felicidad o al matrimonio. Hay que describir la razon por la que tanta gente que pensaba lo mismo quiere acceder a la antes denostada institucion.



Esquema.
1 Pretensión del Estado (y organismos internacionales de protección de la familia)
Supuesta pretensión tras la II Guerra Mundial en declaraciones de derechos.
Aparición del nuevo Estado social frente a los Estados totalitarios y liberal-laicistas.
2 Falsedad de la pretensión de la tendencia protectora del Estado respecto a la Familia.
Ya desde la Antigüedad. Ejemplo en la Grecia Antigua. El ejemplo de la Antigona de Sófocles.
Exceso del papel protector y definidor del Estado respecto a la Familia en la obra de Platón.
Edad Moderna. El Estado frente a todo cuerpo intermedio. Fin pretendido: La liberación individual e individualista. Efecto logrado: Reforzamiento del Estado.
3 El cambio de discurso tras las crisis Totalitarias:
El Estado Social.
Liberación individualista. Los nuevos derechos.
Estado social: La subsidiariedad al  revés.
El examen de eficacia respecto a todo cuerpo subordinado, incluída la familia.
El ejemplo noruego.
Liberación individualista.
Acción estatal.
El juego de los organismos internacionales.
4 El nuevo desorden mantiene una apariencia de orden.
Como en el caso de los desordenes totalitarios su única forma de mantenerse es a través de una enorme represión.
El funcionamiento de la represión: Supuesta minoría que actúa como una mayoría.
“Nunca una supuesta liberación necesitó tanta represión”.
5 La acción en contra del matrimonio como forma de disolución de la familia.
Ideal del amor antiburgues u homosexual..
Amor libre/ Amor no sujeto a normas.
La paradoja que implica pasar de la irrelevancia de los papeles (matrimonio burgués) a la reivindicación de papeles para todos. (matrimonio burgués para el contracultural)
El paso del matrimonio de fundador de una institución a mera ratificación del amor o pulsión sexual.
Antes de estar disuelto en las formas nuevas de matrimonio ya lo estaba en la propia definición.
Si herencia, sin legitimidad, sin permanencia, el matrimonio es indiferente a la familia.










Texto:
La denuncia de que los Estados o los organismos internacionales, surgidos en el que podemos denominar  orden del 45 atacan a la familia, o en la versión moderada, no la protegen lo suficiente se hace con un acento de sorpresa o decepción.
Dicho de otra forma la presunción establecida es que los nuevos estados sociales de derecho, aparecidos en la parte occidental del lado vencedor de la 2 Guerra Mundial y las instancias internacionales que mejor los representaban habían abandonado la pretensión antifamiliar que en su versión individualista o socialista había definido el medio siglo anterior.
El mensaje de la familiarmente perfecta América o de la Italia o Alemania del renacer de la familia cristianodemócrata era de estabilidad  y protección a la familia. Esta presunción contrastaba al menos con tres hitos en sentido contrario, hitos que marcaban un sendero pero que a su vez eran indicios de una voluntad oculta, o quizás síntomas de una enfermedad larvada.
Estos eran, primero, el creciente neomalthisanismo, convertido en ideología oficial. Las pruebas son notorias y no se sustentan  sólo a los informes de la ONU o de la FAO sino que puede observarse en la bárbara política en materia reproductiva aplicada por los reconstructores del Japón. Política que tanto ha contribuido a la desmoralización del país.
Segundo, la creciente sustitución del rol familiar por un sistema social etatalizado que ha venido produciendo un efecto desplazamiento. En cierta medida no creo equivocarme  cuando indico que el proceso puede describirse de la siguiente manera: El sistema técnico industrial y el funcionamiento de la apropiación de bienes por el estado social va haciendo imposible que la familia cumpla elementales tareas, que a su vez afianzan sus derechos. A continuación los estados sociales rellenan esas funciones en un primer paso, luego sustituyen  esas actividades y examinan a las familias sobre el correcto funcionamiento del conjunto de los antiguos papeles, auténticos derechos, que ahora son degradadas al rango de funciones delegadas.
Las posibilidades de que un padre o una madre se vean examinados por un psicólogo o un trabajador social, de forma administrativa y sin garantías judiciales, son enormes.
La familia, si persiste en este entorno, lo hace como centro de imputación de responsabilidades jurídicas ( por ejemplo por acciones de los menores) o administradora de las funciones sociales. Si el ideal socialcristiano, formulado en los Códigos de Malinas, hablaba del no siempre entendido principio de subsidiariedad, lo que hoy padecemos es una subsidiariedad al revés, en afortunada expresión del jurista español Juan Vallet de Goytisolo.
El tercer síntoma o indicio es la conversión en ideología oficial de la deconstrucción ideológica que desde el Paris y el San Francisco de los años 50 del siglo pasado, triunfó tras el denominado mayo del 68.
Con cierta ironía podemos constatar que de la pulverización de todas las “autoridades sociales” lo único que ha persistido son las potestades administrativas.
Así cuando la familia o la Iglesia pierden autoridad lo que queda es el burócrata apenas cubierto por la piel de cordero del gestor social.
Si se me permite el “excursus” lo que ha ocurrido en la Universidad sería el mejor ejemplo de esta evolución social producida por la “contracultura”. Desaparecida la autoridad de los profesores y entre los profesores, lo que queda es un conjunto de reglamentos sancionadores y la primacía de la eficacia económica.
Este elemento “la eficacia económica” contra el que se alzó la generación “beat” sería al final el elemento definidor de todo valor, también usado como ariete en el proceso de destrucción de la familia.
La tensión entre las autoridades familiares y las autoridades sociales, más agudizada cuando aparece la autoridad propiamente política, es una constante al menos en nuestra cultura común. Presente en la Antigüedad, es en la Edad Moderna cuando se resuelve en una forma que podemos denominar trágica.
Incluso  si dejamos de lado el adjetivo “moderno” que aparece en el pleonasmo  Estado Moderno, la expresión  cuanto más Estado menos familia es esencialmente cierta.
No es necesario insistir en que el conflicto de Antígona y Creonte (tal como aparece en la trilogía tebana del trágico ateniense Sófocles), si bien puede leerse en la línea del conflicto entre el derecho natural (o las leyes no escritas e inmutables de los dioses) y las órdenes del tirano, también puede hacerse en la consagrada opinión que observa la oposición entre el deber familiar de piedad (enterrar a su hermano) y la ley consagrada de la polis que prohibía enterrar en su suelo a quien hubiese levantado armas contra la ciudad.
En todo caso, el eventual enfrentamiento entre la norma familiar y la política no debe leerse sino como la presencia de tensiones propias de la vida humana, muchas veces de difícil resolución, tendentes a permanecer en el tiempo sin un final decisivo que supusiese el aplastamiento de un orden por el otro.
Dos ejemplos de martirio podrían ilustrar este salto entre el mundo premoderno y el moderno que afectan a los dos Santo Tomas ingleses Becket y Moro. Si ambos perecieron mártires, las pretensiones puramente modernas de Enrique VIII señalaban el cambio de categoría y, en cierta forma, advertían lo que nos esperaba.
El Estado Moderno desde su constitución no ha dejado de utilizar el argumento de la libertd individual para terminar con cualquier forma de autoridad intermedia. Para muchos, entre lo que me encuentro, esas autoridades intermedias, de base consuetudinaria han sido la garantía de la libertad concreta.  Pero no es esta la ocasión de describir como esa libertad concreta situaba al hombre en su entorno.
Cada nueva revolución, el fenómeno mas determinante del proceso moderno, radicalmente distinto de las revueltas medievales,  ha buscado un paso más que se expresaba en una doble pretensión, primero inventar el derecho, segundo liberar totalmente al hombre, si se quiere y en acertada definición de toda una tradición de pensamiento, el hombre genérico, la humanidad ha pasado a tomarse como Dis.
La invención del Derecho como elemento básico de la transformación total de toda sociedad hacia la liberación se ha apoyado no pocas veces en la pretensión de Derecho Natural, derechos que al fijarse individualmente, es decir, al referirse a cada sujeto “natural individual” no encuentra obstáculos en supuestas instituciones naturales.
Quiere decirse que las apelaciones a la naturalidad de la familia en un contexto de derechos humanos mas o menos naturales pero que tienen por efecto la liberación total del individuo no es efectiva.
Cuando se ha planteado que un derecho natural, o propio del individuo, como puede ser la manifestación de la propia sexualidad, chocaba con la forma de una institución por natural que fuese como la familia la conclusión postmoderna ha sido concluyente. La institución debe dejar de ser lo que era.
Temo haberme adelantado un poco a mis conclusiones, por lo que retomo el camino en el punto de lo que podríamos denominar la reconstrucción jurídica de postguerra.
Aún en la forma de derechos puramente individuales, los derechos humanos han hecho referencia a la familia, fundamentalmente en lo que se refiere al acceso al matrimonio, la limitación de matrimonio forados, evitar la discriminación racial y la prohibición de matrimonios interraciales y cuestiones similares. Evidentemente el pleno alcance de estos derechos ha sido muy tardío, incluso en países que parecían tener legislaciones procedentes de sistemas de protección de derechos humanos.
Lo relevante, desde mi punto de vista es que incluso países con normas declarativas protectoras de la familia han protagonizado los procesos de destrucción de la familia a los que asistimos en la actualidad. Estos procesos vienen acompañados, claro está, de un creciente intervencionismo estatal y de un lenguaje liberador.
Mi país España es un ejemplo muy ilustrativo. En un tiempo relativamente corto , desde 1978, hemos podido ver el paso de declaraciones jurídicas de protección a la familia, plena aceptación de los instrumentos internacionales supuestamente construidos para su protección y el desarrollo  de una legislación de una agresividad extraordinaria contra la realidad familiar.
Evidentemente, ni una sola de las acciones se ha realizado contra la familia, al menos nominalmente, ni ninguna de las apelaciones a la familia como institución natural ha servido para detener o paliar ninguna de estas medidas.
El proceso de implantación del divorcio, extensión de la contracepción, aborto, investigación unilateral de la paternidad, exclusión del posible padre de la decisión negativa a un posible aborto, adopción uniparental, divorcio express, ha culminado en e matrimonio entre personas del mismo sexo, es decir, en la desnaturalización total del matrimonio.
Todo esto en un proceso que no ha durado ni cuarenta años y sin que las decisiones tomadas pareciesen afectar a la familia. Es más la integración ideológica en el sistema es tan perfecta que no hay opción ideológica expresada en partido parlamentario que parezca querer revertir esta situación. En España hay partidos radicales de cambio, en el sentido del partido radical italiano, y partidos radicales de estabilización. Si se quiere solo hay jacobinos y bonapartistas, por usar la división política de la postrevolución.
Salvo en Iberoamérica y Africa, donde una mínima resistencia se mantiene frente a la imparable transformación sádica del matrimonio, la ofensiva continúa en un nuevo paso que consiste básicamente en quebrar las resistencias sociales al proceso de transformación.
Una de las características de lo ocurrido, frente a los procesos totalitarios de imposición e incluso de forma diversa a lo que ocurrió en los primeros tiempos de la modernidad, es la capacidad de hacer mártires.
Hasta ahora, con la excepción del debate sobre el aborto, los sancionados han sido relativamente pocos y con sanciones de baja intensidad, aunque hayamos visto expulsiones de carreras judiciales o apertura de juicios a autoridades espiscopales. La presión se manifiesta difusa y eficaz, pero esto no tiene porqué seguir así.
La primera razón proviene del carácter sectariamente ideológico que se construye y que va contra las tradiciones sociales, la educación religiosa y la forma en que la inmensa mayoría de la población vive su vida.
Como hemos observado en el caso paradigmática de los Kmer Rojos, y como salvadas las distancias ocurre en los campus universitarios, la represión debe ser muy intensa y dirigirse incluso al habla privada, las formas de vestir, los gestos o los adornos.
La guerra de los cuartos de baño y vestuarios en la Escuela Americana es la evidencia de aparente absurdo, pero de la total crueldad del desafío que enfrentamos.
Por eso precisamente la búsqueda del “modusvivendi”, la objeción de conciencia, la lectura positiva puede ser un error, en cuanto el grado de exigencia de la nueva ideología, su poder en el Estado y aún más en las instancias internacionales es creciente.
No hay que cansarse de denunciar que el sistema represivo se fundamenta en la reivindicación de derechos individuales, mas específicamente de derechos de minorías.
No existe, en efecto, nada más desleal que el comportamiento de quienes una vez han alcanzado una posición de poder, simulan la represión que imponen bajo la apariencia de la protección de su situación minoritaria.
En el terreno de las ideas, como dijimos ya en este foro, eso supone que el pensamiento mayoritario actúa reclamando privilegios de protección para reprimir.
Se une en este contexto el complejo de “ghetto” perseguido con la contundencia de actuación de la mayoría democrática.
La sofisticación del proceso se ha logrado en las denominadas leyes de igualdad de género, realmente leyes de represión en nombre del género.
En estas leyes, toda norma protectora de derechos individuales, como los que protegían a los antiguos acusados de delitos, cede ante la necesidad de reprimir a un supuesto agresor injusto a los derechos de una minoría amenazada. Esta minoría es la excusa de la represión estatal en la imposición del nuevo modelo ideológico.

Ciertamente antes de llegar a esta situación, en la que si  un enseñante sostiene que el único modelo fundante de una familia, en un sentido pleno, es decir, que alcanza su “Telos”, es la unión matrimonial de un hombre y una mujer, puede ser expulsado de la docencia, se habían dado algunos pasos de desvalorización de modelo matrimonial.
Los cambios que se han extendido a lo largo de los últimos decenios permiten decir que con el matrimonio de personas del mismo sexo no se compone realmente una reivindicación minoritaria, la minoría es en efecto demasiado pequeña para tan enorme logro, sino constituye el corolario de una transformación del matrimonio.
Concebido el matrimonio, no como el fundamento de la institución familiar, realidad fundante de la sociedad, sino como una manifestación mas o menos efusiva del derecho de autorealización personal, si se quiere como una prolongación del amor romántico, no puede sorprendernos que progresivamente la afirmación del individuo narcisista fuese presionando sobre su definición hasta transformarlo totalmente en un proceso a la carta.
  De forma idéntica, ninguna exigencia de la familia como tal, la certeza de su constitución, la certeza de sus efectos jurídicos sobre la antes llamada legitimación, la presunción de su autoridad, la permanencia de su patrimonio, tienen importancia en el proceso jurídico emprendido.
Los efectos de este camino son variados y muchas veces contradictorios. Por ejemplo en España, donde la familia no es una institución, esta es definida en todas las encuestas como la institución más valorada. No hay contrato más fácilmente rompible que el que da lugar a su constitución. Las deslealtades más notables no tienen ningún efecto en los procesos de divorcio. El conflicto es tan agudo que se ha introducido, por ejemplo, la prisión por deudas alimenticias rompiendo la aparente evolución del derecho.
No hay institución que conlleve mayores obligaciones con menor autoridad. Por ello, su supervivencia es un milagro que abona la esperanza en su naturalidad.
Evidentemente manejamos un sentido de naturalidad que no remite a lo que sucede espontáneamente sino a lo que es necesario para que se mantenga o desarrollo lo que de valioso hay en el hombre. Es decir, lo humano en sentido positivo.
La alternativa que enfrentamos no es el universo libre e igualitario que se nos promete, sometido al multiculturalismo homogéneo de las instituciones internacionales, sino el regreso a la horda atávica presidida por el Estado nivelador. Ni un hombre libre surgiría de esta masa informe a la que nos enfrentamos.
Como siempre, en estos casos, lo esencial es alcanzar la lucidez que permite ver lo que está sucediendo. Lograda esta, sólo nos cabe transmitirla, de una mano a otra, con insobornable certeza.

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