Ya sabemos lo que está aconteciendo con ciertas donaciones,
por ejemplo, de óvulos, en las que las
compensaciones por las molestias apenas encubren un tráfico que ha llamado
incluso la atención de las autoridades europeas.
Podemos imaginar entonces lo que espera con otra acción
gravosa, en la que se utiliza a la mujer en su conjunto para dar satisfacción a
los deseos e intereses, por una parte, de quienes quieren llevar la
artificialidad de la procreación al extremo, por otra, de quienes han hecho un amplio negocio de la
misma.
Con los vientres de alquiler, realmente compra de un niño
gestado con gametos donados, la reducción de la mujer pobre al interés de los
hombres y mujeres ricos alcanza límites que superan con mucho la práctica de
las antiguas nodrizas, verdadera sumisión de la mujer popular a la estética o
el interés de los ricos.
Con todo tipo de términos manipulados, progreso,
solidaridad, modernidad se disfraza un proceso que convierte en contrato la
gestación y maternidad, con toda la sumisión que supone, con todas las
barbaridades jurídicas que conlleva: el niño ya no lo quiero, viene defectuoso,
tú no te cuidas por mi hijo en gestación, a ver lo que comes, etc.
A los pocos que han mostrado reparos recientemente a la
unilateral inclinación de la estructura regional de un partido, gestora por
cierto, por esta barbaridad les han llamado
mojigatos. No dudamos que una de las más definitorias características de los
partidos y gobiernos españoles es que siempre hay algún felpudo que para
agradar al jefe está dispuesto a llamar mojigato, o lo que sea, a cualquiera
que rompa la nueva unanimidad. Lo más irónico es que a esto le suelen llamar
renovación.
¡El Ser humano debería saber frenar y tener límites porque cuando no existen límites la mente se estropea!
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