Nadie como Benedicto XVI vio el problema contemporáneo y
la trágica situación de una Iglesia qu,e corrompida en buena parte de sus
personas y organizaciones, había confiado en la posición optimista de San Juan
Pablo II. Probablemente habría que tener su santidad para ver más allá pero sin
esa el veredicto parecía claro: El mundo triunfante tras el 89 era creciente
mente anticristano, pues ya no
necesitaba al cristianismo o sus formas políticas para hacer frente al
comunismo. Había que volver a las contra utopías de Benson para recordar un
exacto relato de aquello que nos esperaba.
Benedicto XVI hizo todo lo exigible en un breve
pontificado por purgar a la Iglesia de
algunas de sus corrupciones, especialmente en lo que se refiere a los abusos
sexuales cometidos generalmente por pederastas pertenecientes al
clero o a grupos vinculados a parroquias y colegios. Pero no fue esa depuración la que desencadeno los acontecimientos que llevaron a su inexplicada
renuncia. Las razones más poderosas hay que buscarlas en lo que se llamó la
traición de los clérigos, que está
lloviendo desde los años sesenta y se
manifestó especialmente en la moral sexual. Evidentemente el proceso al
volverse a poner en marcha se ha centrado de nuevo en lo mismo. Se disfrace de
misericordia o de apertura al mundo.
La traición de los clérigos tal como me la explico alguna vez
Gonzálo Herranz procede del temor de los pastores a perder un rebaño que bruscamente
marchaba en otra dirección. La opción
que se tomó, especialmente en las
órdenes religiosas, fue ponerse a la cabeza de la manifestación. El asunto es
más complejo pues conlleva también una apostasía masiva explicable,
probablemente, desde la adoración al hombre de la religión democrática. El caso
es que la protesta de Pablo VI y la restauración de San Juan Pablo parecía que
reaccionaban a la traición, presente y
oculta sin embargo en las entrañas de toda una generación de clérigos. El diagnóstico de Benedicto XVI sobre la
verdadera situación del cristianismo, sin embargo, reavivo la llama de quienes
no se conformaban.
Simplificando Benedicto XVI nos previno de un cambio del cristianismo en el mundo, una situación de minoría y de fidelidad, frente
a un mundo mayoritariamente no cristiano.
En ese contexto no se mostró apocalíptico, ni mucho menos,sino que dedico enormes
esfuerzos a plantear el papel general de esa postura minoritaria. No me sorprende
que sus mensajes atrajesen a valiosos miembros del mundo intelectual. Por fin alguien se alejaba de la banalidad
reinante.
Sin embargo, la nueva postura resultaba insoportable para
los líderes sociales eclesiásticos que, incapaces de aceptar su obligación de
presente, la fidelidad, y su posición disidente de futuro, han pasado al contraataque con el realineamiento
con las posturas mayoritarias. Tenemos así una agenda que parece sacada de los
editoriales del New York Times. Por supuesto es difícil admitir lo que se está
haciendo, incluso ante uno mismo, y por ello, la naturaleza humana es así, se ha manipulado el lenguaje hasta el extremo.
La fidelidad es dureza, la claudicación valentía, la adaptación al mundo caridad. Se actúa como
si no mandasen los que mandan. Por ello la claudicación ante un Herodes se
llama caridad y la vociferante denuncia que costó una cabeza o el gélido
silencio que condujo al Calvario se leerían como dureza de corazón con un pobre
pecador.
La salida por la tangente se refuerza con una mascara tan
vieja que ya harta. Se trata del truco
trilero de afirmar que no se toca en nada la “doctrina”, ya se sabe los
teólogos se pirran por la doctrina , y decir que lo único que se está haciendo
es una adaptación “pastoral”. Creo que alguno esta llevando la comparación
ovejuna demasiado lejos.
Por supuesto yo no estoy para decir quien debe comulgar y
quien no, y no me veo subiendo listones que no se si podría saltar, pero me
limito a constatar un hecho que me parece irrefutable. Todo lo que se ha hecho
en los últimos cincuenta años ha sido trivializar la comunión y el efecto ha
sido una protestantización de como se entiende el sacramento. Supongo que se me
argumentara en contra. Me da igual. Estas cosas que veo con meridiana lucidez
no me las van a refutar con construcciones mas o menos dogmáticas. Defectos de
mi gomezdavilianismo.
Por cierto a don colacho le hubiese gustado el giro
malthusiano del último año pero ese es el último tema en el que no estoy de
acuerdo con Gómez Dávila.
Miguel Servet: " “Ni con estos, ni con aquellos estoy conforme ni disiento en todo. Todos tienen parte de verdad y parte de error, y cada cual descubre el error en otro sin ver el suyo.” ". " En este mundo no hay verdad alguna, sino simulacros vanos y sombras que pasan. La verdad es Dios eterno...”
ResponderEliminar" Lo divino ha bajado hasta lo humano, para que el humano pueda ascender hasta lo divino.”
Humanistas con gran Fe y Claridad, palabras coincidentes con hechos: Vicente Ferrer y Padre Pío de Pieltrecina.
Me ha gustado mucho el artículo. Pone claras las mismas ideas que yo tenía bastante confusas.
ResponderEliminarEl concilio también fue pastoral y ha conseguido que todos nos movamos al borde de la heregía, algunos por el borde de dentro. De modo que ya nos conocemos el asunto. Espero que las conclusiones pastorales queden en espera que el Papa de su aprobación, que puede y debe taradar varios años, o sea para después de la renuncia papal.
Según todos los indicios, en la Eucaristía se decide todo. En realidad siempre ha sido así, pero era algo tan importante que nadie dudaba. El Concilio la prostestantinizó, aquello del pan del cielo y tonterías semejantes y ahora el sínodo va directo a la heregía.
Pero debemos estar muy tranquilos, en estas cosas tan grandes, Dios interviene directamente y sabe lo que hace.
Pacococo
Dejaré este precioso poema de Emilio Prados al que yo cariñosamente le llamo Emilín, este Señor se ha merecido más reconocimiento, gran poeta, gran humanista y gran persona, enseñaba gratis a escribir a los niños y murió en la más auténtica pobreza, tenía una gran sensibilidad.
ResponderEliminarCanción
No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene:
lo que está roto es el vaso
y, el agua, al suelo se vierte.
No es lo que está roto, no
la luz que sujeta al día:
lo que está roto es el tiempo
y en la sombra se desliza.
No es lo que está roto, no
la sangre que te levanta:
lo que está roto es tu cuerpo
y en el sueño te derramas.
No es lo que está roto, no,
la caja del pensamiento:
lo que está roto es la idea
que la lleva a lo soberbio.
No es lo que está roto Dios,
ni el campo que Él ha creado:
lo que está roto es el hombre
que no ve a Dios en su campo