lunes, 6 de julio de 2015

Suicidio asistido. Colaboración con somos.principios.

Aunque considero como don colacho que toda persona con principios es un asesino potencial aquí publico una colaboración con gente con principios.
 Aqui el enlace:
http://somosprincipios.es/le-ayudamos-a-descartarse-el-engano-del-suicidio-asistido/
Suicidio ¿asistido?
En general los argumentos dominantes  a favor de la legalización del suicidio asistido tienden a desarrollar un discurso unilateral, que podría sintetizarse  en la realización autónoma a través de la muerte, en determinados casos.  Así aparece en general en el último número de The Economist. Igualmente parece entenderse que las normas que sancionan el auxilio ejecutivo al suicidio pertenecen a una especie de resto religioso en la legislación civil incompatible con nuestra sociedad postmoderna. Se obvia que  en la mayoría de los casos el suicidio asistido apenas encubre una eutanasia medicamente administrada,  y se descuida también  un dato fundamental. En la mayor parte de los países occidentales el suicidio es la primera causa de muerte violenta y tiene casi siempre una connotación patológica. En otras palabras, por diversas razones el suicidio es una amenaza superior por ejemplo a los accidentes de tráfico o la violencia en el seno del hogar. Quiere decirse que toda trivialización del suicidio o incluso su presentación como un acto de liberación, por mucho que Emil Cioran sostuviese que solo se suicidan los optimistas obvia la  mayor parte del problema.
Por otra parte, observando las deficiencias en esos mismos países en la atención no sólo sanitaria sino social  a las personas en las últimas fases de su vida, o a las que tienen  graves carencias, parece que la solución humanitaria de matarlos con asistencia médica es otra forma de “pasar la pelota” o eludir una situación que para el conjunto de la sociedad parece incomoda.

El última instancia el suicidio asistido no resuelve los dos grandes problemas ligados a la eutanasia, uno la clasificación objetiva en vidas que merecen o no ser vividas, otro el poder del médico de matar. El concepto de vida que no merece la pena vivirse incide plenamente en la cultura del descarte de una forma ciertamente sutil. Por presión social se ayuda a que determinados sujetos se consideren a sí mismos, y queden caracterizados socialmente, como superfluos. Lejos de humanizarse su permanencia, se busca una “salida” humanizada y no dolorosa.   Eso sí la solución asistida ayuda a disminuir el gasto sanitario.

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