miércoles, 7 de mayo de 2014

Sin animo de lucro.

Ensayar el arte de escribir, en época de persecución, aunque esa persecución se limite en buena parte de los casos al ostracismo del que habla como forma menor de represión Leo Strauss, exigiría como mínimo no ser muy explícito sobre la pretensión esotérica de la publicación.
Pero si el propósito del trabajo mas que ocultar es el puro ejercicio del denominado arte, y además se aspira a que a través del ensayo evidente, el lector pueda acercarse a los verdaderos maestros del arte de escribir, no veo razones para omitir la advertencia o mejor la guía.
Vive nuestra sociedad vendida al lucro hasta el extremo, abandonada toda pretensión económica y entregada  a la crematística de la que hablaba Aristóteles. Paradójicamente esa misma sociedad ha hecho del cartel del "sin ánimo de lucro" su bandera, aunque sea para envolverse en ella,  como decía Payne, autor por el que, salvo por la famosa frase, no siento ninguna simpatía.
El caso mas fácil de denuncia han sido las ONGs o los rastrillos. Hace años me decía alguien que se sorprendió al saber cuando montó un puestecito en uno de los segundos que buena parte de sus vecinos estaban haciendo su agosto con la venta de muebles para la ayuda al niño necesitado. Creí su ingenuidad porque entonces, yo, en buena medida,  también era ingenuo.
Pero más allá de los casos de las ONGs, han sido las Cajas de Ahorros donde el escándalo alcanzó su mayor expresión. Nunca antes tantos se lucraron tanto con el dinero ajeno aduciendo  la máscara del interés social. El esquema era claro. El dinero se repartía a los directivos y también, en mayor o menor medida,  a los miembros de los órganos controladores. Los empleados eran bien pagados en general, aunque eso no es una exigencia de las sociedades máscara a las que nos referimos. Luego, cuando vinieron las vacas flacas, sufrieron los empleados, pero nunca los directivos. El reparto se realizaba  a través de los créditos concedidos, por ejemplo a los partidos, pero también a través de los contratos con sociedades que sabían a quien le debían fidelidad, que era evidentemente el directivo de turno.
Una sociedad puede ser sin ánimo de lucro pero lucrar a algunos mas allá de lo razonable, es decir hasta su desequilibrio..
La crítica sobre lo que ha pasado no significa que, por ejemplo, no pensemos que es posible o necesario construir sociedades que eviten el afán crematístico en su definición para ejercer labores como la enseñanza o la ayuda social que deberían evitar esa intención. Pero precisamente por ser la pretendida encarnación de lo mejor deben tener especial cuidado y atención en no cumplir el destino diabólico "corruptio optimi pesima". Sobre este riesgo hemos recibido últimamente muchas advertencias "franciscanas", yo creo que muy ligadas a las lecturas del Papa de Leon Bloy.

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