Una vez
conocido el texto completo del informe de la Comisión sobre el fin de la vida
“Pensar el fin de la vida solidariamente” que se ha elaborado en Francia a
petición del Presidente Francois Holland , no se puede ocultar una notable
decepción ante alguna de sus conclusiones. El informe centra bien la cuestión
al considerar que una ley, aún la alabada Ley Leonetti, no puede resolver todas
las cuestiones prácticas respecto a los tratamientos al final de la vida. Es
más, su apuesta por los tratamientos paliativos, por el cambio en la formación médica e incluso por una nueva
cultura médica es muy apreciable. Su referencia a la humanización de la
medicina y su respeto a la conciencia
es igualmente encomiable. También es razonable su opción por evitar nuevas modificaciones legislativas,
que desaconseja, aunque ofrece consejos para el caso de que el gobierno
decidiese emprender iniciativas en ese sentido. Finalmente centra bien el
radical cambio de cultura que representaría la aceptación de la eutanasia.
Sin embargo,
el informe entra de lleno en la paradoja que ya hemos observado en la
jurisprudencia anglosajona y con más radicalidad en la práctica continental
(caso Englaro) respecto a la
interrupción de ciertas medidas de soporte vital. La teoría es conocida, un
sujeto puede negarse en el acto o por voluntad anticipada a ciertos
tratamientos ( en los que se incluyen
medidas de soporte vital).
La
cuestión discutible está en que no sólo se niega el tratamiento futil en
sentido estricto sino algunos que se consideran gravosos. Pero al interrumpir
ciertos “tratamientos” por ejemplo la hidratación, y no estando en una fase
terminal inminente, se produce el efecto de que la retirada puede sentirse como
más gravosa aún que el tratamiento , es decir, vemos la inhumanidad del acto
humanitario. La opción sería sedar, pero la mera sedación no soluciona el
problema de que el sujeto no esta en muerte inminente, luego la situación se
prolongaría. Y he aquí cuando el informe se deja arrastrar por su paradoja. La
única salida se encuentra en un “gesto
letal” forma de encubrir una eutanasia que no es la sedación terminal de la ley
Leonetti, es decir, sedar hasta que se produce la muerte sino matar mediante la
sedación.
Después de afirmar que la retirada de ciertos tratamientos no es matar sino dejar morir, se concluye que en ciertos casos no se puede ni dejar morir ni dejar vivir sino hacer un gesto letal con aplicación excesiva de sedantes. Y esto, por cierto, se dice unos párrafos antes de que se expliquen las razones por las que legalizar la eutanasia sería un acto inasumible con consecuencias sociales y culturales muy graves.
Después de afirmar que la retirada de ciertos tratamientos no es matar sino dejar morir, se concluye que en ciertos casos no se puede ni dejar morir ni dejar vivir sino hacer un gesto letal con aplicación excesiva de sedantes. Y esto, por cierto, se dice unos párrafos antes de que se expliquen las razones por las que legalizar la eutanasia sería un acto inasumible con consecuencias sociales y culturales muy graves.
Da la
impresión de que de nuevo estamos ante un informe fruto del compromiso de
posturas, sin coherencia interna, que no sirve para aclarar la legislador las
posiciones en presencia ni sus posibles efectos. Igualmente el informe entra en un complicado discurso
sobre el suicidio asistido, que no considera una opción si hay suficiente
atención paliativa y del que dice que en la mitad de los casos autorizados no
se realiza, presentándolo como una vía para disminuir la angustia, con ecos de
Cioran y su afirmación de que lo que nos permite seguir viviendo es la
posibilidad del suicidio. Para el caso de que el legislador asumiese la
decisión de legalizarlo la Comisión pone una serie de condiciones que permiten
dudar que se pueda realizar en la forma en la que se considera asumible.
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