lunes, 16 de julio de 2012

"Las religiones políticas en la crítica de Eric Voegelin y Nicolás Gómez Dávila. Una lectura de Rousseau" III


Es indudable que la impersonalidad de la que habla Cioran es una máscara interesada a la que se ha llegado tras “superar” o más bien esconder la filosofía de Estado criticada por Schopenhauer:

Fueron estos objetivos estatales de la filosofía de la universidad los que le confirieron al hegelianismo un favor ministerial tan insólito. Ya que, para éste, el Estado es “el organismo ético absolutamente perfecto”, con lo que permite que el Estado absorba la entera finalidad d ela vida humana. ¿Podría darse mejor disposición que ésta para futuros lienciados en Derecho e inminentes funcionaros del Estado? De ella se sigue que toda su esencia y su ser, en cuerpo y alma, quedan por entero entregados al Estado, como los de la abeja a su colmena, y que sólo tienen que trabajar, en este mundo y en el otro, para contribuir, como si fuesen útiles engranajes, a la conservación de la gran maquinaria del Estado, y al desarrollo del mismo, ultimus finis bonorum. Se trata, en fin, de una verdadera apoteosis del filisteísmo, en la que el licenciado en Derecho y el hombre serían una misma cosa.[1]


Gómez Dávila no piensa de forma personal como acción frente a una impersonalidad que exigiría el tedio académico, la superación de las pruebas de evaluación de agencias y colegas. El piensa por el puro pensar y lo expresa, como veremos, porque no conoce otra forma de concretar lo pensado. Por ello, al acoger el sentido aristotélico del ocio creativo, no cree en absoluto que la extensión de la cultura provoque un aumento de la labor cultural, una mejora de los frutos, lo que un contemporáneo, el diría un tonto, llamaría progreso. Su clasismo, en este sentido, es completo:

“La cultura no llenará jamás el ocio del trabajador, porque sólo es el trabajo del ocioso”.[2]

Libre de las denominadas preocupaciones sociales - y conscientemente provocador- arremete contra la extensión de la enseñanza, especialmente de la universitaria (aunque como hemos visto su actitud crítica se refería también a la enseñanza universitaria restringida). El intento de homogeneización cultural, lo que ahora se llama globalización, aparece como empobrecedor, en última instancia como una falsificación de lo verdadero:

“La educación primaria acabó con la cultura popular; la educación universitaria está acabando con la cultura”.[3]

Discrepa así con radicalidad buscada de quienes piensan que el paso de una sociedad liberal aristocrática a una verdadera democracia, donde el sufragio universal no sea un dogal o el preludio de la barbarie,  se lograra mediante la extensión de la Educación. El mito de cuando todos estemos preparados que chocará en la segunda mitad del siglo XX con la conciencia del deterioro de la cultura de masas. Por ello Gómez Dávila no puede sino estar en desacuerdo con los razonamientos de Renan:
La moral, lo mismo que la política, se resume  por lo tanto en esta solemne frase: educar al pueblo: La moral tendría que haberlo prescrito siempre; la política lo prescribe hoy con más fuerza que nunca, desde que el pueblo ha sido admitido en la participación de los derechos políticos.[4]

Este desprecio al tópico contemporáneo del trabajo se extiende, por supuesto, a la misma idea de entretenimiento. Segundo tópico de la sociedad de consumo que fuerza al hombre al trabajo para el fin de semana y al agotador fin de semana para recuperarse del trabajo. De nuevo con Gómez Dávila:

“El hombre no debe su experiencia a la vida, sino a los ratos de ocio que le deja”.[5]


En cierta medida, Gómez Dávila invirtió la posición de su admirado Montaigne. Este pensaba en el ocio o soledad creativa como culminación retirada de una vida activa, Nicolás Gómez, por el contrario, hizo del retiro el núcleo de su actividad con un claro desprecio de la vida activa. Montaigne había dicho en el capítulo XXXIX de sus Ensayos, “De la Soledad”:

“Que uno esté administrando sus bienes, estudiando, cazando o practicando cualquier otro ejercicio, hay que hacerlo entregándose hasta el límite del placer, y guardarse de seguir cuando se empieza a estar a disgusto. Hay que reservarse trabajos y ocupaciones sólo mientras lo necesitemos para mantenernos vivos y para protegernos de los inconvenientes que trae consigo el extremo opuesto, un ocio blando y dormilón…A mi sólo me gustan los libros placenteros o fáciles, que me estimulan, o los que me sirven de consuelo y me aconsejan sobre cómo ordenar mi vida y mi muerte.”[6]

Gómez Dávila piensa entonces contra el tedio de la vida, pero no como consuelo de unos últimos años tras haberse dedicado a lo verdaderamente importante. Tan trascendente es esta función contemplativa que sólo publica casi por causalidad, sin buscar un reconocimiento que le vino  por sorpresa, empujado por unos amigos a los que les costaba guardarse su descubrimiento.

¿Cuál es la caracterización de la religión democrática, entendida como forma general de lo que Eric Voegelin denominaba religiones políticas?  De nuevo buscaremos a Gómez Dávila como punto de comparación con Rousseau. Para el bogotano  la  religión esta ciertamente centrada en Dios; por paradójico que parezca esto se ha echado de menos a lo largo del siglo XX,   y debe estar alejada en consecuencia del conjunto de utilidades. Como acertadamente dice nuestro autor:

“Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo”.[7]

Si pensamos que los escolios son comentarios a diversos textos es notorio que la labor de quienes nos acercamos a su vez al comentario sobre los mismos escolios es, entre otras, la de identificar los diversos textos implícitos. Si por la vastedad de las lecturas de Gómez Dávila esto es difícil en algunos casos, aunque nuestro autor ni mucho menos oculta el texto implícito ni tiene ninguna intención de originalidad, en otros el texto es indiscutible por la fidelidad del comentario.
En este caso la crítica a la religión democrática como religión política primero, como manifestación gnóstica segundo y como enfermedad del alma en tercer lugar sigue las huellas de Eric Voegelin.[8]
Volviendo a la crítica de la religión democrática, que desarrolla de forma sistemática a lo largo de 29 páginas extraordinariamente densas, don Colacho centra el debate en lo que entiende por democracia en sentido estricto, respecto a la cual afirma  que debe manifestar su discrepancia no sólo todo cristiano sino también todo espíritu abiertamente religioso. En efecto,  para Gómez Dávila la democracia no es una forma de gobierno, ni un sistema electoral, es una religión o si se quiere la religión a la inversa:

“La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan católicos cándidos; ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo XIX; ni estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la tesis comunista.”[9]

Como religión la democracia es antropoteísta, se traduce en la divinización del hombre;  de nuevo en sus palabras:

La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios.[10]

De aquí se deduce que la democracia exige el ateismo como única forma de mantener precisamente la divinidad del hombre[11], aún cuando muchas veces los demócratas puedan no ser conscientes de ello, o el debate público tienda a engañarse sobre la verdadera razón de la democracia:

La democracia no es atea porque haya comprobado la irrealidad de Dios, sino porque necesita rigurosamente que Dios no exista. [12]

Debe entenderse que la extensión del ateismo en las democracias en sentido estricto, y para Gómez Dávila las populares lo eran[13], no es meramente un proceso de crisis de la religión o un dato observable estadísticamente sino una exigencia política de primera magnitud.[14] Por ello, la divinización del hombre propia de la democracia  tiene su contraposición en la pervivencia religiosa más allá de núcleos relativamente aislados, , sino en capas extensas de la población que resisten a lo largo de siglos en “non serviam” democrático, en contra de lo que, en cierta forma, pensaba Gómez Dávila.

De esta forma, y una vez que concluimos  que  el ateísmo es exigido por la divinización del hombre, se explica que don Colacho mantenga sólo  alguna esperanza en el ateo que no ha dado el paso definitivo,  o en palabras del bogotano: “No hay que desesperar del ateo mientras no adore al hombre”.[15]

Por supuesto en el juego de la paradoja que tanto agradaba a Gómez Dávila, este piensa que a veces ciertos anticipos de la religión democrática tienen aspectos ambivalentes, tal como ocurre con Rousseau:

“El orfismo y Rousseau ocupan en la historia una posición semejante.
Si ambos, por una parte, impulsaron el movimiento democrático y la religiosidad gnóstica, ambos, por otra, propiciaron el sentimiento religioso y la actitud reaccionaria.
Difícil explicar a Burke sin el clima rousseauniano o a Platón sin el clima órfico.”[16]
Y evidentemente esta causa religiosa en la revolución fue especialmente apreciada por reaccionarios  y marxistas:

“Que la Revolución francesa fue esencialmente un fenómeno religioso sólo lo vieron con claridad Joseph de Maistre y Michelet” Nuevos escolios pag 1079.

Esta exigencia antirreligiosa explicaría que los demócratas en sentido estricto, que hoy tienden a denominarse laicistas, por poner el acento precisamente en este aspecto de la doctrina democrática, históricamente hayan manifestado una notable deriva violenta hacia la religión, exceptuando si se quiere, como es obvio, a la religión democrática.
Indudablemente también en estos aspectos don Colacho mostraba su superior ironía, alejada del mero ingenio o juego de palabras, a lo Wilde, para deshacer de un solo golpe muchas torres presuntuosas:

“De los modernos sucedáneos de la religión probablemente el menos abyecto es el vicio”.[17]

 En efecto, el moralista contemporáneo vuelve con violencia a su actitud antireligiosa:

Quienes presenciaron la violencia irreligiosa de las convulsiones democráticas, creyeron observar una sublevación profana contra la alienación sagrada. Aun cuando la animosidad popular sólo estalle esporádicamente en tumultos feroces o burlescos, una crítica sañuda del fenómeno religioso, y un laicismo militante, acompañan, sorda y subrepticiamente, la historia democrática.[18]

Por supuesto la denuncia de esta pasión no es nueva. Otro autor fragmentario, aunque ciertamente más conocido por el impacto revolucionario de su poesía, Baudelaire, había descrito esta pasión popular con inimitable acidez:

El pueblo es adorador nato del fuego.
Fuegos artificiales, incendios, incendiarios.
De poder imaginar a un adorador nato del fuego, una Parsis nato, podríamos crear una novela corta.[19]

Y todo ello por que como insiste el conjunto de la línea antimoderna, en contra de los diversos modos adaptativos, las cuestiones fundamentales son siempre teológicas.

Todo acto se inscribe en una multitud simultánea de contextos; pero un contexto unívoco, inmoto, y último, los circunscribe a todos. Una noción de Dios, explícita o tácita, es el contexto final que los ordena.[20]

Ciertamente don Colacho es consciente de la peculiaridad areligiosa de los nuevos sucedáneos religiosos que exige una reconstrucción aún más radical de la que se produjo en el cambio de paganismos y cristianismo.

“Hoy no basta una apologética del cristianismo. Ni siquiera una apologética de la religión.
Requerimos hoy una introducción metódica a esa visión del mundo fuera de la cual el vocabulario religioso carece de sentido.
No hablemos de Dios a quienes no juzgan plausible que se hable de los dioses.”[21]


[1] Ibidem, pag 29.
[2] Gómez Dávila, N. Escolios..., op. cit., p. 104.
[3] Ibid., p. 208.
[4] Renan, L’Avenir de la science, en Oeuvres complètes, Paris, Calmann-Lévy, 1947-1961.T III, p. 1000.
[5] Ibid., , p.104.
[6] Michel de Montaigne, Ensayos, I, Gredos, Madrid, 2005, p. 370.
[7] Escolios, p 84.
[8] Tres pasos descritos por Peter J. Opitz “El primero de estos intentos decantó en su concepción de las religiones políticas. A partir de ella Voegelin reconstruyó los procesos a través de lso cuales la cultura comunitaria cristiana sostenida y traspasada por el cristianismo como religión del espíritu, se disolvió  y fue progresivamente solapada, desplazada y destruida por una religiosidad  intramundana que adquirió su forma ideológica  y política en los movimientos de masas del comunismo, del fascismo y del nacionalsocialismo….y como esencia de ese proceso se señalaba la “inmanentización de la idea cristiana de redención, que adquirió su fomra especulativa y encontró su traducción política en las filosofías de la historia de la Ilustración francesa  así como en las de Hegel y Marx. Voegelin conceptualizó en New Science of politics el tipo especulativo que subyace a este proceso, y a la vez lo impulsa, al identificar  la “esencia  de la Modernidad como el avance del gnosticismo”..Opitz, Peter J “La tesis sobre la gnosis. Voegelin y la crítica de la Modernidad”, en El asesinato de Dios y otros escritos políticos, Hydra, Buenos Aires,  2009. p 62-63.

[9]Textos,Atalanta, 2010 p. 58.

[10]Textos,p. 62.
[11] Como indica Sebastián Stodolak: “El punto de partida del filósofo se podría llamar un argumento teológico. Nicolás Gómez Dávila afirma que la democracia ilícitamente excluye a Dios como fuente del poder. Por lo mismo la democracia se basa en la sacrílega convicción de la soberanía del pueblo”. “Breve estudio de la crítica de la democracia en la obra de Nicolás Gómez Dávila” , En Nicolás Gómez Dávila. I jegodzielo,Furta Sacra, Varsovia, 2008, p 171.
[12]Textos, p 66.
[13] No creo que sea ingenuidad ni literalismo la descripción de  toda democracia bajo un carácter común, lo que no quiere decir que nuestro autor no valore el resto liberal en las democracias partitocráticas. 
[14] La raíz está también en el sentido moralizante absoluto de la revolución. De nuevo en palabras de Dalmacio Negro: “Considerada en su conjunto, el espíritu de la revolución fue de orden moral, con un claro tinte religioso, más que político y social: de ahí su fuerza. Buscando la perfección, un concepto religioso, su espíritu  era moralizante: “las otras revoluciones no exigían sino la ambición, la nuestra impone virtudes” decía Robespierre, el Incorruptible. La idea directriz de la revolución consistía en erradicar definitivamente el azar y el mal para crear una nueva historia y una nueva tierra feliz. Jünger la vio como la disolución del mal en tanto  el mal, como un tumor más o menos encapsulado hasta entonces, se difundió como una metástasis.” Negro, D. Historia de las formas de Estado, una introducción. El buey mudo, Madrid, 2010, pp. 181-182.
[15]Escolios, p. 265.
[16]Escolios, p. 1062.
[17]Escolios, Atalanta, p 100.
[18]Textos, p 59.
[19] Baudelaire, Ch. Escritos Íntimos, ed de F. Torres Monreal, Universidad de Murcia, 1994, p  60. La cita es de Fusees.
[20]Textos, p  61.
[21] Escolios, p  123.

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