Por todo ello aborrecía la profesión de enseñante, manifestada en los
propios enseñantes: “Enseñar exime de la obligación de aprender”[1] y a
la profesionalización de las actividades propiamente intelectuales nacidas del
ocio: “El profesional le profesa desdén al aficionado para esconder su
envidia”.[2]
Criado en la lectura de los moralistas franceses gusta de volver como un
calcetín sus aforismos, recordemos el de Joubert: “Enseñar es aprender dos
veces”[3].
Pero probablemente Joubert tampoco incide en la pedagogía consciente,
él que estuvo en silencio prácticamente toda su vida, nueva coincidencia con
nuestro autor. Más bien parece referirse, como veremos en Gómez Dávila, a la sugerencia, al ejemplo, a un suerte de
enseñanza por ósmosis: “Yo he dado mis flores y mi fruto; no soy mas que un
tronco desnudo; pero cualquiera que se siente a mi sombra y me escuche se
volverá mas sabio”.[4]
En cierta medida Don Colacho enlaza, para desconcierto de determinados
lectores, con la posición de algunos autores contemporáneos, plenamente contemporáneos
podríamos añadir, como el escritor rumano Emil Ciorán, al extremo que este ha
sido calificado de nihilista al menos en la lectura de su divulgador Savater.
También debe recordarse que el viejo hacedor de aforismos Cioran mantenía
siempre una clara posición crítica frente al discurso pedagógico: “Existe un
punto de vista filosófico desde el cual el discurso pedagógico es imposible”[5]
Enorme diferencia claro esta con Rousseau, aunque para muchos el
Emilio lejos de constituir una obra pedagógica encarnaba la antipedagogía.
De hecho Cioran, aún cuando sin la posibilidad ni las condiciones de
Gómez Dávila, quien estaba dotado de una fortuna que le permitió desarrollar la
vida buscada y anhelada, dedicó la primera etapa de su vida a la lectura
incesante, beneficiándose en parte de las becas del estado francés para la
realización de una tesis que nunca escribió, lo que ha dado lugar a alguna
crítica que le reprocha que no se hubiera dedicado a ninguna actividad
productiva. Aún así, acaso podamos preguntarnos si la lucidez como hallazgo no
es lo más “productivo” que pudo generar en unos años en los que los millones de
tesis de las universidades de Francia, y de muchos otros países, aportaron mas
bien poco. Yves Peyre, en el glosario que incluyó en su edición de las obras de
Emil Cioran, no omite la mención que el rumano hace a la tesis que no llegó a
redactar sobre la ética de Nietzsche dentro de la voz “bicicleta”, aludiendo
con ello al largo viaje que Cioran hizo por Francia con ese medio de
locomoción. Al respecto el mismo Cioran sugiere que tal vez las autoridades
académicas francesas le dejaron disfrutar de la beca, probablemente, por
entender más meritorio llevar Francia sobre sus piernas[6].
Volviendo a nuestro autor, Gómez Dávila nunca dejé de exaltar el ideal
del ocio creativo clásico, aristotélico, frente a la profesionalización. En
este sentido, su opinión sobre los profesionales de la cultura se expresa en un
profundo desdén, que explicaría el rechazo de los inmediatos, pero
paradójicamente también la recuperación por la filosofía profesional de un
académico como Volpi. Se cumpliría, en este comentarista de Schopenhauer - un
aficionado- Nietzsche – automarginado- o Gómez Dávila, el escolio de este
último: “El oficio del profesional, en las ciencias del espíritu por lo menos,
es el estudio de las obras del aficionado”.[7]
Su desprecio se extiende a la instrucción en general y, como veremos,
a todo el oficio pedagógico. De hecho de las cosas más suaves que atribuye a la
pedagogía es su analfabetismo: “Sólo profanos y catecúmenos creen en la
importancia de la instrucción. Todo pedagogo es furtivamente analfabeto”.[8]
En esta línea hay de nuevo paralelismo con otro extraño como Cioran,
que afirmaba que había tenido la suerte de volver la espalda a la Universidad, más
fácilmente en cuanto se fue al extranjero y que no había tenido la obligación
de hacer una tesis doctoral y de no hacer una carrera universitaria. Eso le
hubiera obligado a adoptar un tono serio y un pensamiento impersonal. Como le
dijo una vez a un filósofo francés, titular de una cátedra, “le pagan para que
sea impersonal”[9]
Desprecio a la filosofía académica o profesional que se había vuelto
clásico casi desde que esta se restableció plenamente en la universidad alemana de finales del XVIII y XIX. Los
marginados como Schopenhauer no tardaron en tomar cumplida venganza de quienes
controlaban las cátedras en obras ya clásicas como Sobre la filosofía de universidad.[10]
Atacando la posición hegeliana y en general la filosofía oficial de su
época el gran pesimista tras ver las
relativa ventajas para los jóvenes universitarios había afirmado con contundencia:
Pero en general me he ido haciendo poco
a poco de la opinión de que las citadas ventajas de la filosofía académica
quedan superadas por el perjuicio que la filosofía como profesión causa a la
filosofía como libre investigación de la verdad, por el daño que la filosofía por encargo del poder
político depara a la filosofía por encargo de la naturaleza y la humanidad.[11]
Lo peor evidentemente para Schopenhauer no es esta relativa
subordinación sino el entusiasmo con la que esta es acogida por quienes
deberían resistirse a esta forma radical de filisteismo:
Los filósofos de universidad, con todo,
viéndose limitados hasta este extremo, están contentos con la situación. Por
que lo que en realidad les importa no es sino conseguir con honor unos honrados
ingresos para sí mismos, sus mujeres y sus niños, e incluso disfrutar de una cierta
consideración por parte de la gente. Por el contrario, la naturaleza
profundamente agitada de un verdadero filósofo, todo cuyo supremo interés está
puesto en la búsqueda de la clave de nuestra existencia, que es tan enigmática
como penosa, pertenece para ellos a los personajes de la mitología; cuando no
les parece com si estuviera poseído de monomanía, en el caso de que se
percatara de su existencia.[12]
[1] Gómez Dávila, N. Escolios..., op. cit.,p. 559.
[2] Ibíd., p. 566.
[3] Joubert, Maximes
et Penseeés, Editions de Rocher, 2004, p. 177.
[5]
Savater, F. Ensayo sobre Cioran, cito
la edición de la colección Austral de Espasa Calpe, Madrid, 1992, p. 28.
Cioran, E. Entretiens, ed Gallimard,
Paris, 1995; García Gual, C. “Cioran entrevistado o Diógenes en Paris, Claves de la Razón Práctica,
Madrid, nº 60, marzo de 1996, pp. 62 ss.
[6] Yves
Pereyre y Francois Bondy, E. Cioran,
Oeuvres, Quarto Gallimard, Paris, 1995, p.1758.
[7] Gómez
Dávila, N. Escolios..., op. cit., p. 102.
[8] Ibid., p. 167.
[9] Entretien avec Georg Caryat Focke, 1992
en Cioran , E. Oeuvres, Quarto
Gallimard, Paris, 1995, p. 1789.
[10] Trad esp de Mariano
Rodríguez González, Tecnos , Madrid, 1 ed 1991..
[11] ibidem, pag 24-25.
[12] Ibidem, pa g27.
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