domingo, 15 de julio de 2012

"Las religiones políticas en la crítica de Eric Voegelin y Nicolás Gómez Dávila. Una lectura de Rousseau" II

Continuo con el texto de la Conferencia malagueña.

Por todo ello aborrecía la profesión de enseñante, manifestada en los propios enseñantes: “Enseñar exime de la obligación de aprender”[1] y a la profesionalización de las actividades propiamente intelectuales nacidas del ocio: “El profesional le profesa desdén al aficionado para esconder su envidia”.[2] Criado en la lectura de los moralistas franceses gusta de volver como un calcetín sus aforismos, recordemos el de Joubert: “Enseñar es aprender dos veces”[3].

Pero probablemente Joubert tampoco incide en la pedagogía consciente, él que estuvo en silencio prácticamente toda su vida, nueva coincidencia con nuestro autor. Más bien parece referirse, como veremos en Gómez Dávila,  a la sugerencia, al ejemplo, a un suerte de enseñanza por ósmosis: “Yo he dado mis flores y mi fruto; no soy mas que un tronco desnudo; pero cualquiera que se siente a mi sombra y me escuche se volverá mas sabio”.[4]

En cierta medida Don Colacho enlaza, para desconcierto de determinados lectores, con la posición de algunos autores contemporáneos, plenamente contemporáneos podríamos añadir, como el escritor rumano Emil Ciorán, al extremo que este ha sido calificado de nihilista al menos en la lectura de su divulgador Savater. También debe recordarse que el viejo hacedor de aforismos Cioran mantenía siempre una clara posición crítica frente al discurso pedagógico: “Existe un punto de vista filosófico desde el cual el discurso pedagógico es imposible”[5]


Enorme diferencia claro esta con Rousseau, aunque para muchos el Emilio lejos de constituir una obra pedagógica encarnaba la antipedagogía.

De hecho Cioran, aún cuando sin la posibilidad ni las condiciones de Gómez Dávila, quien estaba dotado de una fortuna que le permitió desarrollar la vida buscada y anhelada, dedicó la primera etapa de su vida a la lectura incesante, beneficiándose en parte de las becas del estado francés para la realización de una tesis que nunca escribió, lo que ha dado lugar a alguna crítica que le reprocha que no se hubiera dedicado a ninguna actividad productiva. Aún así, acaso podamos preguntarnos si la lucidez como hallazgo no es lo más “productivo” que pudo generar en unos años en los que los millones de tesis de las universidades de Francia, y de muchos otros países, aportaron mas bien poco. Yves Peyre, en el glosario que incluyó en su edición de las obras de Emil Cioran, no omite la mención que el rumano hace a la tesis que no llegó a redactar sobre la ética de Nietzsche dentro de la voz “bicicleta”, aludiendo con ello al largo viaje que Cioran hizo por Francia con ese medio de locomoción. Al respecto el mismo Cioran sugiere que tal vez las autoridades académicas francesas le dejaron disfrutar de la beca, probablemente, por entender más meritorio llevar Francia sobre sus piernas[6].

Volviendo a nuestro autor, Gómez Dávila nunca dejé de exaltar el ideal del ocio creativo clásico, aristotélico, frente a la profesionalización. En este sentido, su opinión sobre los profesionales de la cultura se expresa en un profundo desdén, que explicaría el rechazo de los inmediatos, pero paradójicamente también la recuperación por la filosofía profesional de un académico como Volpi. Se cumpliría, en este comentarista de Schopenhauer - un aficionado- Nietzsche – automarginado- o Gómez Dávila, el escolio de este último: “El oficio del profesional, en las ciencias del espíritu por lo menos, es el estudio de las obras del aficionado”.[7]

Su desprecio se extiende a la instrucción en general y, como veremos, a todo el oficio pedagógico. De hecho de las cosas más suaves que atribuye a la pedagogía es su analfabetismo: “Sólo profanos y catecúmenos creen en la importancia de la instrucción. Todo pedagogo es furtivamente analfabeto”.[8]

En esta línea hay de nuevo paralelismo con otro extraño como Cioran, que afirmaba que había tenido la suerte de volver la espalda a la Universidad, más fácilmente en cuanto se fue al extranjero y que no había tenido la obligación de hacer una tesis doctoral y de no hacer una carrera universitaria. Eso le hubiera obligado a adoptar un tono serio y un pensamiento impersonal. Como le dijo una vez a un filósofo francés, titular de una cátedra, “le pagan para que sea impersonal”[9]

Desprecio a la filosofía académica o profesional que se había vuelto clásico casi desde que esta se restableció plenamente en la universidad  alemana de finales del XVIII y XIX. Los marginados como Schopenhauer no tardaron en tomar cumplida venganza de quienes controlaban las cátedras en obras ya clásicas como Sobre la filosofía de universidad.[10]

Atacando la posición hegeliana y en general la filosofía oficial de su época el gran pesimista  tras ver las relativa ventajas para los jóvenes universitarios  había afirmado con contundencia:

Pero en general me he ido haciendo poco a poco de la opinión de que las citadas ventajas de la filosofía académica quedan superadas por el perjuicio que la filosofía como profesión causa a la filosofía como libre investigación de la verdad, por el daño  que la filosofía por encargo del poder político depara a la filosofía por encargo de la naturaleza y la humanidad.[11]

Lo peor evidentemente para Schopenhauer no es esta relativa subordinación sino el entusiasmo con la que esta es acogida por quienes deberían resistirse a esta forma radical de filisteismo:

Los filósofos de universidad, con todo, viéndose limitados hasta este extremo, están contentos con la situación. Por que lo que en realidad les importa no es sino conseguir con honor unos honrados ingresos para sí mismos, sus mujeres y sus niños, e incluso disfrutar de una cierta consideración por parte de la gente. Por el contrario, la naturaleza profundamente agitada de un verdadero filósofo, todo cuyo supremo interés está puesto en la búsqueda de la clave de nuestra existencia, que es tan enigmática como penosa, pertenece para ellos a los personajes de la mitología; cuando no les parece com si estuviera poseído de monomanía, en el caso de que se percatara de su existencia.[12]


[1] Gómez Dávila, N. Escolios..., op. cit.,p. 559.
[2] Ibíd., p. 566.
[3] Joubert, Maximes et Penseeés, Editions de Rocher, 2004, p. 177.
[4] Joubert, Maximes et Penseeés, Editions de Rocher, 2004, p. 7.
[5] Savater, F. Ensayo sobre Cioran, cito la edición de la colección Austral de Espasa Calpe, Madrid, 1992, p. 28. Cioran, E. Entretiens, ed Gallimard, Paris, 1995; García Gual, C. “Cioran entrevistado o Diógenes en Paris, Claves de la Razón Práctica, Madrid, nº 60, marzo de 1996, pp. 62 ss.
[6] Yves Pereyre y Francois Bondy, E. Cioran, Oeuvres, Quarto Gallimard, Paris, 1995, p.1758.
[7] Gómez Dávila, N. Escolios..., op. cit., p. 102.
[8] Ibid., p. 167.
[9] Entretien avec Georg Caryat Focke, 1992 en Cioran , E. Oeuvres, Quarto Gallimard, Paris, 1995, p. 1789.
[10] Trad esp de Mariano Rodríguez González, Tecnos , Madrid, 1 ed 1991..
[11] ibidem, pag 24-25.
[12] Ibidem, pa g27.

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