viernes, 29 de abril de 2011

Artículo institucional sobre el papel de las ceremonias monárquicas en la razón.

Como es breve lo copio al  completo.

Una cierta añoranza. La Razón. 29/04/2011.

Es un tópico repetido desde el XIX, primero en EE UU y Francia, luego en el conjunto de Europa y el mundo, a medida precisamente que las monarquías caían por la derrota bélica o las revoluciones, que las ceremonias monárquicas despiertan un sorprendente fervor republicano.
Una Europa que ha prescindido por los avatares históricos de la institución monárquica en un gran número de países se lanza a ver las bodas reales, que es lo poco que conservamos de los viejos ceremoniales. En ellas, junto a la cohorte algo penosa de casas destronadas, se despliega el rito que acompañaba al orden social. La felicidad en estos casos, o la tristeza en otros, se extiende a lo largo de la comunidad de una forma que no puede lograr un cargo racionalmente político.

Tan claro es esto que, con sus dificultades, con el juego perdedor de la imitación, las repúblicas se pasan el día copiando los ceremoniales de las viejas monarquías europeas. No hay nadie como los británicos para esto. Cierto es que lo han logrado por incomparecencia de los rivales. En tiempos, sus ceremoniales eran quincallería al lado de los de las cortes austriaca, francesa o española. Ahora, por el contrario, para ver una coronación o una boda, más bodas que coronaciones a Dios gracias, hay que ir a Londres. Por ello se entiende la competencia que se ha establecido por ser invitado, en cierta forma para ser una mínima parte del espectáculo.

Dicen que la joven Isabel II preguntó a De Gaulle, un héroe maduro para ella, cómo debía comportarse para lograr el afecto y la popularidad del presidente de la República y éste le contestó que siendo una reina su actitud tenía que ser diversa: debía mantenerse «au dessus de la mêlée». Por eso es normal que la monarquía británica, como la japonesa, despierte una sana envidia en tantas partes del mundo y nos irrita que en España no se valore, tantas veces, a una institución que legítimamente remonta sus raíces hasta Don Pelayo.

En este orden de cosas resulta perturbador el comportamiento de quien salta el respeto debido y actúa contra la dignidad institucional. No hace mucho tiempo hemos tenido en España ejemplo de ello. Como en Inglaterra, conviene recordar que la libertad de todos se ha fundamentado más en instituciones concretas que en conceptos vagos, supuestamente más modernos, que nos condujeron a la pérdida de libertades.

Así, los ceremoniales que vamos a ver como si fueran un episodio de las revistas del corazón pueden vincularse a un largo pasado y un espléndido presente de libertad cívica. Y ello aun cuando cada miembro de la familia real no haya sido necesariamente ejemplar. Se explica así la supervivencia de la institución por encima del tiempo, pues como decía el escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila: pobre institución es aquella que depende enteramente del prestigio de sus representantes concretos.

José Miguel SERRANO - Profesor de Filosofía del Derecho

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