viernes, 26 de octubre de 2018

Eutanasia y geronticidio. Hoy en La Razón.


Decía el gran frondista De la Rochefoucauld que ni el sol ni la muerte se pueden contemplar directamente, pero he aquí que nuestros socialistas, tras grandes dudas y sumados al radicalismo postmoderno o totalitario-podemita quieren convertir el derecho a la muerte en el gran derecho, el derecho por excelencia, el derecho que distingue una sociedad arcaica de una sociedad plenamente moderna.
Parece una gran contradicción la ocultación de la muerte que define la sociedad actual y la proclamación del derecho a morir “dignamente”.  Pero dado que morir no es un derecho sino la principal definición de lo humano, según Heidegger, es posible que la contradicción no exista. La muerte beneficente según Robert Redeker, que tanto ha sufrido  la condena a muerte islamista, oculta bajo la beneficencia dos máscaras, una es la actitud pusilánime ante la propia muerte y el propio sufrimiento, otra es la imposibilidad de atender el sufrimiento humano que es   lo que nos define, ser animales que saben que van a morir.
Hay poca beneficencia en la muerte digna y mucho interés. Un interés que es fundamentalmente el de mantener la ficción ideológica de que no hay vejez o decadencia, que no hemos sido dependientes ni vamos camino a la dependencia, que somos autónomos en la rueda de hámster de la producción consumo. Tras la ficción de la eterna juventud, de la vida sin dependencia, podríamos caer en la cuenta de cuál es el verdadero destino de la vida humana ligado a él, de que tenemos derecho a esperar de nuestros allegados, de los médicos, de la sociedad en su conjunto e incluso del Estado.
Pero he aquí que el Partido socialista nos vende como una liberación la renuncia al derecho que tenemos a esperar la solidaridad humana y nos vende la muerte humanitaria que tanto equilibra los presupuestos “sociales”.

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