La función de los Comités de Bioética especializados.
Debo empezar mi intervención agradeciendo a la Catedra
Genoma Humano y especialmente a su titular Carlos Romeo Casabona, con quien
estoy presente en el Comité de Bioética de España y en la Comisión de Garantías
para la donación y utilización de
células y tejidos humanos por su
invitación a este Congreso, y especialmente a esta Mesa sobre la función de los
comités. Me encuentro con buenos amigos, aunque un poco cohibido pues aquí hay
personas que han pertenecido a comités de Bioética mucho más tiempo que yo y lo
que es más significativo aún es muy posible que le hayan encontrado más sentido
a la función de los comités bioéticos de la que yo he sacado en estos años.
Se recomienda empezar este tipo de intervenciones con una
anécdota y encontrándome en Bilbao parece conveniente comenzar por la mención
al bilbaíno más universal, Miguel de Unamuno. Y vienen las anécdotas a cuenta
respecto a las posibles ventajas del diálogo que se produce en los Comités. Cuenta
Ramón Gómez de la Serna que cuando Unamuno visitaba la Revista de Occidente,
Ortega se retiraba a un despacho del fondo, sin participar en la habitual
tertulia, pues no soportaba el inevitable monologo en el que se convertía
cualquiera de las intervenciones del que para mí, y para muchos otros, es el
escritor español más relevante de su generación. ,Por otra parte Corpus Barga
en su crónicas literarias al
mencionar la relación en el Paris exiliado entre Vicente Blasco Ibáñez y
Unamuno hace dos comentarios sarcásticos y geniales sobre nuestro autor. En uno
afirma que “el tema que monologaba Unamuno aquella tarde era el de la envidia
española” y mas adelante vuelve a calificar esa actitud tan extendida “Unamuno
sumido en su monólogo exterior”.
Ya Nicolás Gómez Dávila advertía sobre los diálogos de tono
académico como los que se podrían producir en unos comités de bioética
deliberativos. Con dureza nos previene: “El
hombre no se comunica con otro hombre sino cuando el uno escribe en su soledad
y el otro lo lee en la suya.
Las conversaciones son
o diversión, o estafa, o esgrima.”
Si a la duda sobre la función de los comités de todo tipo de
comités dedicados al monólogo constructivo, se une la duda sobre la propia
función de la bioética comprenderán que no sólo para justificar la existencia
de tantos comités bioéticos sino también para justificar la presencia en los
mismos del escéptico, hay que realizar un notable esfuerzo.
En efecto, en una forma radical, las dudas pueden establecerse sobre la propia
bioética, como en su momento hizo el presidente del comité de Bioética
presidencial estadounidense Leon Kass. En un conocido párrafo, para mi muy
revelador de lo que ha sido la bioética, el cirujano y filósofo León Kass
denunciaba la función complaciente de la bioética, que era con toda
probabilidad el papel más relevante que
había cumplido la nueva disciplina.
Por un lado la bioética y los bioéticos se habían convertido
en los justificadores de la acción tecnológica sobre el hombre, de su reducción
a puro objeto manipulable, por mucho que se adobe esta reducción, muy señalada
en campos como la reproducción humana, con términos que le dan contenido ético como
dignidad, inalterable, límites éticos y el conjunto de usos de la neolengua alejadores
de la imagen real sobre el que nos prevenía Orwell. La función complaciente
consistiría en la progresiva justificación de la nueva intervención técnica,
dando eso sí la apariencia de que se establecían límites éticos, aunque estos
se redujesen a un no-límite bien fuese por la no posibilidad técnica aún de la
práctica, recuérdese todo el debate sobre clonación reproductiva, bien fuese
por su completa inutilidad, o por la falta de objeto o de rentabilidad. Ciertamente
la reflexión bioética, más aún en los comités, no puede reducirse a una función
puramente sancionatoria de lo que ocurre, pues entonces se volverá inútil, y
sobrarán los bioéticos, como empieza a ocurrir en los comités eutanásicos
holandeses, pero tampoco se pueden poner tan impertinentes como para hacer lo
que el propio Kass denominaba “hundir el barco”.
Como Kass siguió tras este escrito participando con
entusiasmo en los debates bioéticos y además presidió el comité de bioética
presidencial norteamericano puede ser útil volver a su justificación, en este
caso autojustificación.
Volvamos de nuevo con Gómez Dávila para trazar un cierto
paralelismo de hombre escéptico no muy dado a la apología, aunque esa actitud
no sea aplicable plenamente a Kass. Si se duda de la posibilidad de convencer,
es relativamente difícil justificar el oficio de escribir, al menos en ciertas
materias. Gómez Dávila lo explica desde la necesidad de aclararse, en sus términos,
de alcanzar la lucidez:
Al que pregunte con
angustia qué toca hacer hoy, contestemos con probidad que hoy sólo cabe una
lucidez impotente.
Pensar escribiendo no es mala fórmula para aclararse, para
definir lo que se piensa y por qué no para contrastar ante el papel si aquello
que se nos ha ocurrido es una pura tontería.
Esta aclaración de lo que se piensa, no necesariamente por
uno sólo nisiquiera por quienes están presentes en un determinado comité sino sobre
todo lo más relevante que esta en el debate sobre una práctica o una técnica
determinada es, a juicio de Kass, la función del Comité Asesor.
No es mala idea pues evita una de las trampas en las que
podemos caer que es la trampa del consenso.
El consenso tuvo su fama entre nosotros, fama luego rota por
el agotamiento de la idea, o si se quiere por un cierto aburrimiento de la
vigencia de la misma. Lo dijo en cierto modo en autor colombiano que citábamos,
los hijos nunca perdonan a los escritores que leyeron sus padres. El consenso
es bueno en muchos casos para legislar y no es malo para ver los puntos de
acuerdo de quienes participan en una discusión. Por supuesto tiene también su
peligro. Que es lo que lo ha desacraditado. La reducción de aristas, la
referencia a un mínimo común denominador que se parece mucho no al término
medio aristotélico sino a lo que el estagirita denunciaba, el punto medio entre
el vicio y la virtud.
Por el contrario la propuesta de Kass acerca de las funciones de los comités
busca aclarar todo lo relevante que se
está diciendo en la discusión pública para la decisión sea del Gobierno, sea
del legislador. Kass parece aceptar la no traducción de unos argumentos a otros,
en la línea que tan bien ha definido MacIntyre. Pero entiende que la exposición
honesta, completa, discutida es muy clarificadora y funciona incluso en una
sociedad de tradiciones incompatibles, que es como define la multiculturalidad
o el pluralismo.
Sin querer alargarme sobre los Comités que podríamos
denominar generales y teniendo en cuenta que sobre el Comité de Bioética de
España hablará Fidel Cadena, debo decir que mi experiencia en los mismos es
gratificante.
Por supuesto no sé si este hecho es relevante. En efecto la
constitución de Comités nacionales de Bioética para que sus integrantes tengan
una gran experiencia, encuentren sujetos que les aporten mucho en la materia
bioética o se vean enriquecidos por el intercambio de pareceres no parece muy
justificada desde una óptica productivista, sin embargo, debo decir que si tuvo
su justificación práctica en el pasado, cuando, por ejemplo, las Reales
Academias aparte de servir para gratificar a unos y humillar a otros, tenían
como justificación precisamente el enriquecimiento cultural del debate en las
mismas, que a su vez creaba lo que se consideraba en las épocas ilustradas y
luego burguesas, un bien.
La discusión obliga a poner los propios argumentos en claro,
de una forma diversa al permanente monologo exterior sobre el que ironizaban
acerca de Unamuno, es un poner en claro esperando el debate público
ciertamente, pero sobre todo la inmediata y cercana conversación.
Hay Comités como el italiano, que aún cuando producen
posturas mayoritarias procuran integrar en el informe también las que han
quedado en minoría, no en forma de voto particular sino como parte integrante
del informe clarificador. Esto ha creado también sus debates cuando alguno ha
visto reflejada su postura de forma imprecisa. Pero en nuestro sistema de actas
este problema admite soluciones.
Desde el siglo XIX, especialmente por la aportación de
Nietzsche, pero aún antes, al menos desde los textos de Tucídides sabemos que
la referencia a la ética no es que pueda sino suele encubrir fuertes intereses.
De esta forma, una explosión ética o de comités éticos puede, por un lado,
constituir una súbita movilización de intereses, un convencimiento al otro que
oculte la voluntad de poder, que en nuestro siglo es la capacidad de movilizar
al consumidor, generando necesidades, que además por razón de la crisis
ecológica se presentan como no-necesidades o superación de necesidades.
Si el riesgo está siempre presente, debo decir que mi
experiencia en los Comités generales, de reflexión genérica sobre leyes o
documentos, es positiva. O peco de ingenuidad o en los comités he podido ver
alguna insistencia excesiva en el propio trabajo anterior o no referenciado, o
un mantener la propia posición en cuanto es propia y publicada, pero en general
con honestidad intelectual, una honestidad mucho mayor a la que suele
encontrarse no sólo en la discusión política sino incluso en el debate
académico incluso dentro de determinadas escuelas.
Puede que el sistema actual, de ética oficial recreada en
los órganos públicos, invirtiendo el viejo axioma que constituyó en su momento
la burguesa por ciudadana distinción
entre moral y derecho, en base a la exterioridad e interioridad, y al origen
legal del uno frente al racional y social de la otra, necesite los comités.
Ciertamente el cambio dirigido, con la inclusión de los nuevos modos de
movilización del siglo veinte puede caer en la tentación de acelerar los cambios
sociales e imponerlos, siempre claro está, en defensa de algún derecho natural
o no, o de alguna liberación justificada. Pero el comité en su discusión de
expertos tiende a problematizar los casos, a dar voces a opiniones que no están
interesadas en la movilización, a expresar sinceridades en vez de cálculos
políticos.
En las discusiones de los comités, en sus informes y en las
opiniones que manifiesta cabe el matiz. De de esta forma, si la regulación de
la ética desde los organismos públicos ha producido la explosión de comités es
también justo observar que los comités, al menos los nacionales, debido a la
forma de selección de sus miembros y a los métodos de trabajo, no han sido
plenamente útiles si por utilidad entendemos la construcción de un ética
oficial o ministerial. Esto no le quita valor al Comité, es obvio, sino se lo
da, como dijo Zhuang Zi “Todos los hombres comprenden la utilidad de lo que es
útil, pero ignoran la utilidad de lo inútil. Debido a que frente a los internacionales no
hay “representantes de Estados” y no está dominados por “activistas” de una u
otra causa, como ocurre muchas veces en las Agencias de la ONU, por ejemplo, la
posibilidad de discrepancia y matización es enorme y la pretensión burocrática,
una sola ética de dirección ministerial se hace mucho más difícil cuando no
imposible.
Podría ser prueba de esto la falta de atención política
sobre los Comités que se nota incluso en la renovación de sus miembros. Como
síntoma esta desidia en la renovación permite interpretaciones que pueden ser
no significativa. No se renuevan los comités pero tampoco se renueva a tiempo
el Tribunal Constitucional, lo que indicaría más una característica del sistema
político que un desprecio de los Comités de Bioética y de la Bioética en sí.
Los Comités de ética de la investigación específicos, yo he
pertenecido a dos, son otra cosa. En ellos lo fundamental no es tanto el debate
o el intercambio de ideas como la valoración de un determinado proyecto o
petición y por tanto una decisión justificada.
Ciertamente un comité para ser honesto debe crear una jurisprudencia
propia, sentirse obligado por sus decisiones anteriores y finalmente dar una
expectativa o seguridad a quienes acuden a él.
Esto ocurre con cualquier órgano que decide desde un profesor
calificando a un tribunal de justicia, pero en los comités de investigaciones
trabajosas y punteras muchas veces fronterizas esta seguridad se hace más necesaria.
Evidentemente no está garantizada, es más en muchos casos está totalmente
ausente.
Junto a la previsibilidad hay otro elemento fundamental
sobre el que muchas veces no se reflexiona en la teoría pero que están
presentes en las preocupaciones cotidianas de los equipos.
La evaluación bioética puede concebirse como un retraso
burocrático en el esfuerzo de la Ciencia, la ayuda a una persona o pareja
determinada o para el auxilio a un hijo existente y efectivamente enfermo.
En este sentido el comité adquiere conciencia de la urgencia
por un lado de la labor emprendida, por otro se ve presionado a encontrar una fórmula que reduzca
el retraso.
La forma adecuada de enfrentar esta dificultad es tomar
conciencia del valor de la evaluación, legalmente prevista.
Si fuéramos suspicaces podríamos pensar que se nos pone ahí,
en el comité, para generar confianza. Y la confianza procede de la desconfianza
previa. La posición ante la ciencia es ambivalente. Tiene una valoración
ciertamente positiva unida a lo que alguien ha denominado esta mañana “el
progreso” que tiene sus juicios sin embargo negativos. Lo decía con violencia
Gómez Dávila: el progreso es el castigo que nos escogió Dios. Pero el más moderado Julían Marías decía: Por lo
pronto, porque tendrán a la vida pasada desde su “resultado”provisional por
cierto porque el definitivo sólo se alcanzará con la muerte, cuando no se pueda
seguir escribiendo- y cada época, fase o momento de la vida tiene significación
y valor por si mismo, con lo que tenía de anticipación pero intependientemente de aquello a que
realmente ha llevado; en lo personal se comete muchas veces el error histórico
del progresismo , que ve cada época como preparación de la siguiente, y así
hasta el infinito, con una colosal evacuatio de la historia entera”.
En efecto, leída como antecedente la tecnología más que la
ciencia, que es interviniente, está en la base de terribles finales tanto como
de magníficos resultados, y hay cierta tendencia a poner acento en unos u
otros.
La confianza se da pues contra la ciencia y se pretende
asegurar mediante métodos mágicos como los kantianos:
No me resisto a citar a Corpus Barga respecto a este juego
de dignidad:
“Ortega acababa a regresar a España, después de estudiar con
Cohen en Marburgo, y se estaba convirtiendo en un incipiente mito con su corte
de admiradores “que van a consultarle todo, hasta como deben ponerse y quitarse
la camisa, desde el punto de vista kantiano, como si se acostaran con Kant.”
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