domingo, 9 de julio de 2017

Palabras y silencios.

Me he arrepentido de la profusión de escritos apologéticos. Demasiados y escritos demasiado pronto. Aparecidos con el afán de convencer a alguien, o a todo el mundo, o quizás con el vanidoso reto de alzar la voz. Una voz que aún creía era capaz de modificar la marcha decadente de un proceso que en el fondo he tardado demasiado en entender. Tenía de las razones para escribir las peores que recoge Orwell, la vanidad y el intento de cambiar el mundo.
El dicho de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras suele entenderse como una soberanía del silencioso. Pero esa soberanía tendría sentido hacia el interior de la vida en silencio, no como autoprotección, sino como primer paso hacia la lucidez. Lectura, reflexión en el silencio y breve nota, escrita al lograr la lucidez, o mejor como elemento instrumental de esta. Sólo se ha comprendido algo cuando se logra explicar a otro, aunque muchas veces ese otro solo es uno mismo.
Nunca me he arrepentido de decir lo que creía ver con claridad, aunque luego viese otra cosa, y aunque nunca ha servido para nada. Pero si me he arrepentido de no hacerlo. Por temor o conveniencia, por lograr un resultado mejor, por ser inconveniente para la causa que parecía necesitar ese silencio parcial.
Pasado el tiempo, tanto en la vida verdadera, es decir la libresca gomezdaviliana, como en la vida de todos los días, creo que soy mucho mas esclavo de mis silencios que de mis palabras.

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