Se anuncia un paso más en la biología sintética. Un logro
que permite reproducir hasta un tercio del genoma de la levadura. Fue Nicolás
Gómez Dávila quien nos advirtió que el hombre moderno para justificar sus
atentados contra el mundo simuló que la materia es inerte. Mucho hemos
aprendido desde entonces sobre las consecuencias de la intervención, y frente a
las innegables ventajas, que por supuesto acompaña con triunfalismo la noticia,
un leve escalofrío recorre la conciencia de lo que el hombre es capaz de hacer
en sus reconstrucciones.
La imitación es tan consustancial al espíritu humano, el
paso más allá que nos inspira el titán Prometeo, como la conciencia de que cada
nueva posibilidad abre el camino de nuevas responsabilidades.
Hasta el momento el científico se ha mostrado incapaz de
crear vida, pero ha proyectado el espíritu humano hacia un mayor control del
mundo que no necesariamente se traduce en un mayor control de sí mismo.
La conciencia ecológica, a la que el mismo autor arriba
citado denominaba versión pastoril del duro texto reaccionario, ha introducido
junto a un principio de responsabilidad, otro principio de precaución. No es
sin embargo momento de ser agoreros, ahora que el esfuerzo conjunto de muchas
personas, con grandes medios a su disposición, permite nuevos pasos en el
camino incierto en el que todos estamos insertos. Es probablemente el momento
de felicitarse de que frente a la vieja actitud mecanicista y manipulativa, que
nos llevó a tan tremendos atentados contra el mundo, se haya abierto camino una
postura, una actitud más que un principio, que pretende situar nuestras
acciones en una responsabilidad ante el todo
y nosotros mismos.
Responsabilidad que, por un lado, obliga a la precaución
ante nuestras acciones pero que por otra parte nos exige mantenernos en un
camino emprendido. Al fin y al cabo no hay ninguna ley causal que permita que
lo que no hagan hombres concretos en un esfuerzo laudable, se realice de forma
automática.
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