jueves, 24 de noviembre de 2016

Intervencion en Global Summit on Religion, Peace and Security.

Intervención de José Miguel Serrano en global Summit on Religion, Peace and Security.

En la evaluación de tesis doctorales es común comenzar alabando las posiciones que se han mantenido, para continuación empezando por un “pero”, plantear algunas dudas sobre lo expuesto.
Yo estoy básicamente de acuerdo con todo lo dicho, por la premura de tiempo me permitirán que me  centre directamente en los “peros” y no en las numerosísimas coincidencias.
Fue en Madrid nuestro vicesecretario general quien me dio las pistas sobre el primer aspecto que debemos incluir en el marco y que a veces queda fuera del horizonte.
En una reunión de Naciones Unidas, con la presencia de representantes gubernamentales debemos insistir en que las amenazas a la seguridad en nombre de la religión, la violación de la libertad de practicar la religión precisamente con excusas religiosas, reales o supuestas, tienen como principales agentes los Estados que pertenecen a la ONU y que deberían estar obligados por las resoluciones del Consejo de Seguridad y otros organismos.
Es creíble que un atentado en un tren que cuesta unos miles de euros  que sea realizado por una “organización radical”, por el contrario, el mantenimiento de prácticas genocidas en territorios con años de combate intenso con armamento pesado no. Nadie que no sean los estados puede sostener esos conflictos, muchas veces se extienden por la desaparición de los estados ocasionados por la maniobra de otros.   Aunque usan la violencia sectaria las razones subyacentes son estratégicas, un estado contra otro, económicas, el paso del petróleo, por ejemplo, o de aparición como protector de una minoría o mayoría de un estado que entonces persigue un fin solamente estatal. “Protector de los creyentes”.
En este sentido sería irónico, por no decir hipócrita, que quienes no logran hacer su trabajo, su función de mantener la paz entre estados, de proteger a los desplazados, de sancionar la interferencia armada en países terceros, se dedicasen bajo la excusa de lograr la paz o la seguridad a vigilar los contenidos de predicación o incluso dogmáticos de las religiones o quisiesen trasladar a los líderes religiosos responsabilidades que no les corresponden.
En efecto, en general, y con grandes excepciones indudablemente, los líderes religiosos mantienen un lenguaje menos hipócrita que Estados que, por ejemplo, permiten la financiación de grupos terroristas que convienen, mientras se condena el terrorismo. En este sentido no es extraño que algunos califiquen de terrorismo “la violencia de los otros”.
Tomando perspectiva debemos recordar, por otra parte, que una buena parte de los atentados contra la libertad religiosa se han realizado en nombre  no de la religión sino de la laicidad. Todo el Este de Europa, buena parte de Asia y porque no decirlo parte de Europa Occidental han visto la imposición de prácticas contrarias al libre ejercicio de la religión. Desde determinadas posiciones laicistas, hay que recordarlo, es la propia religión organizada la que es fanática y debe ser prevenida. Con escándalo hemos escuchado que la libertad religiosa para alguno excluía la posibilidad de vivir la religión de forma comunitaria.

En este sentido debemos insistir en que la libertad religiosa no puede consistir en una práctica adaptada a lo politicamente correcto, con un sistema de control externo que impide la libre expresión y práctica impuesto en general por quienes no entienden el valor de la Trascendencia para una buena parte de la Humanidad.
Seguir este camino provocaría una lectura ideológica del problema y de las soluciones. Esto agudizaría las distancias entre el discurso oficial y lo que muchas personas creen y viven. Además agravaría un problema que no hemos abordado pero que esta en la base de la violencia en nombre de la religión. En efecto, la llamada a los lideres religiosos a manifestarse en contra de determinadas actitudes, llamada que casi siempre es atendida, es nuestra experiencia, tropieza con el problema de que gran parte del radicalismo procede del hecho de que los líderes de las confesiones han perdido autoridad dentro de las mismas, precisamente en cuanto son vistos como meros agentes de un enemigo imaginario o real. Sólo un análisis certero, realista por parte de los mismos miembros de las confesiones puede llevar a una recuperación de la autoridad moral.
Mi última observación se refiere a un curso de acción que debemos adoptar quienes rechazamos la utilización de las convicciones religiosas como medio para fomentar la violencia a fin, normalmente, de lograr situaciones de poder.
Quienes estamos convencidos de que en la mayor parte de las ocasiones quienes manipulan la religión, como la moral, buscan justificar posicione de poder, si se me permite esta aproximación nietzscheana, debemos realizar la “genealogía” de esa manipulación. Debemos dedicar nuestros mayores esfuerzos a mostrar esta manipulación en cada ejemplo concreto, con nombres, con procesos, con la tergiversación  de los textos o de las tradiciones, con las ventajas personales que reciben los violentos. Esta labor puede ser realizada, evidentemente, por cualquier persona inteligente pero es mas efectiva, logra captar mejor los matices, si se realiza desde el seno de cada confesión. Un cristiano, un musulmán o un judío dedicado a esta labor dentro de sus confesiones  puede observar las manipulaciones con eficacia y credibilidad. Por supuesto, no podemos olvidar que corre por ello un riesgo de crítica, incomprensión e incluso de supervivencia. Es un trabajo esforzado, inteligente y arriesgado. Pero para cumplirlo debe tener el prestigio del testigo de la auténtica religiosidad y no la etiqueta de “domador” de religiones.

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