viernes, 23 de septiembre de 2016

Biografía intelectual del "Nietzsche Colombiano". Michaël Rabier


B I O G R A F Í A




Biografía intelectual






del “Nietzsche




colombiano”














Democracia y nihilismo. Vida y


obra de Nicolás Gómez Dávila


j. miguel serrano


ruiz-calderón


Ediciones Universidad de Navarra


(Eunsa), colección Astrolabio,


Pamplona, 2015, 296 págs.






de antemano cabe resaltar la im-




portancia de este libro sobre un autor


colombiano todavía demasiado des-


conocido en Colombia o en Europa,


aunque empiezan a desarrollarse al-


gunos estudios académicos. Existen


muy pocos trabajos publicados sobre


Nicolás Gómez Dávila aparte del de


Till Kinzel recientemente reeditado


en Alemania (Nicolás Gómez Dávila


Parteigänger verlorener Sachen, Lepan-


to Verlag, 2015), la corta e incompleta


monografía de Camilo Noguera Pardo


(Biografía intelectual de Nicolás Gó-


mez Dávila, Universidad Sergio Arbo-


leda, 2012) y la parte un tanto sibilina


que Efrén Giraldo dedicó al filósofo


bogotano en su libro sobre el ensayo


colombiano (La poética del esbozo.


Baldomero Sanín Cano, Hernando


Téllez, Nicolás Gómez Dávila, Uni-


versidad de los Andes, 2014).


Que un profesor de la altura de


José Miguel Serrano Ruiz-Calderón,


catedrático de filosofía del derecho


en la Universidad Complutense de


Madrid, se interese y publique este


trabajo es, en sí, un evento en el


mundo académico gomezdaviliano e


hispanoamericano –si dejamos de lado


la excelente monografía de Alfredo


Abad Torres (Pensar lo implícito: en


torno a Gómez Dávila) que desafor-


tunadamente y extrañamente no ha


sido publicada como tal–. Podemos


incluso decir que es una primicia en


lengua castellana. Una primicia porque


además de todas sus cualidades espe-


culativas y de su proyecto de mostrar


el vínculo estrecho entre vida y obra


–una “obra de toda una vida” [pág.


67]–, esta monografía por primera vez


restablece algunos errores sobre los


datos biográficos escasos y por lo tanto


a veces falsos o fantasiosos que rodean


la vida de Nicolás Gómez Dávila. Hay
una leyenda alrededor del “Nietzsche
colombiano” (Quevedo) en los círculos
gomezdavilianos. Ruiz-Calderón no se
deja engañar por ésta, comenzando por
su lugar de nacimiento.
Nos aclara que si bien nació Nicolás
Gómez Dávila el 18 de mayo de 1913,
no fue en Cajicá como muchos lo re-
lataron, sino en la carrera 8ª con calle
16 donde hoy en día se encuentra la
librería Torre de Babel. Luego, como
ya se sabía, la familia se trasladó a
París en la década de 1920, dato que
no se le ha dado la importancia que
merece en la formación intelectual
del joven Nicolás –salvo Mauricio
Galindo Hurtado en su artículo “Un
pensador aristocrático en los Andes.
Una mirada al pensamiento de Nicolás
Gómez Dávila”, Historia Crítica, núm.
19, 1999, y Franco Volpi en su prefacio
a los escolios completos, El solitario de
Dios, Villegas Editores, 2005–. Allá se
quedaría hasta su regreso a Bogotá en
1936 probablemente, puesto que al año
siguiente se casaría con Emilia Nieto
Ramos, con la cual tendría tres hijos,
Rosa Emilia, Nicolás y Juan Ignacio.
Este “periodo francés”, por llamarlo
así, no es para nada anecdótico en la
vida de un joven colombiano, mucho
menos cuando acontece entre los 7
y 23 o 24 años, mucho menos en esta
época de entreguerras. Por esta razón,
Ruiz-Calderón acierta, aunque suene
paradójico, calificando al pensador
bogotano de “autor francés en el
extrañamiento” [pág. 44] o de “autor
reaccionario francés” [pág. 55], a pesar
de que él mismo se describía como un
colombiano a la antigua: “Canónigo
obscurantista del viejo capítulo metro-
politano de Santa Fe, agria beata bogo-
tana, rudo hacendado sabanero, somos
de la misma ralea. Con mis actuales
compatriotas solo comparto pasapor-
te” (Nuevos escolios, II).
De hecho, la única patria de Gómez
Dávila, como él mismo lo ha escrito,
era la inteligencia y, podríamos agregar
sin lugar a duda, su biblioteca. Esta
biblioteca, como lo menciona el autor
de esta monografía de manera muy
pertinente, que fue “el referente tanto
de la obra como de la vida de Gómez
Dávila. En cierta forma la biblioteca
acabó siendo su vida e inundó su casa
de estilo Tudor” [pág. 38] en la carrera
11 con calle 77 donde murió en 1994
entre sus 30.000 libros. Una biblioteca
que adquirió el Banco de la República
en 2011, pero que desafortunadamente
no permanece en una única “Sala Gó-
mez Dávila” de la Luis Ángel Arango,
lamenta con razón Ruiz-Calderón, sino
dispersa sin mención especial a Gómez
Dávila.
Acerca de la “leyenda” del acci-
dente de polo que lo hubiera dejado
cojo, su biógrafo español aclara que
“no hay evidencia de que Nicolás Gó-
mez Dávila practicase ese deporte”
como lo hacía su hermano Ignacio. En
cambio montaba a caballo en su finca
de Canoas-Gómez, donde se habría
caído mientras se cubría con la ruana
para encender un tabaco. Versión más
campestre y menos aristocrática del
accidente que Ruiz-Calderón obtuvo
de la boca de la hija del filósofo, Rosa
Emilia, y corroborada por el novelista
y ensayista alemán Martin Mosebach
en el relato de su visita a Gómez Dávila
publicado en el Frankfurter Allgemein-
te Zeitung del 11 de diciembre de 1993.
No extraña que fuese este, Martin
Mosebach, quien impulsó la primera
traducción del colombiano, gracias a la
labor del editor austriaco Peter Weiss
(Karolinger Verlag), el único a la fecha
en haber publicado toda la obra gomez-
daviliana que tanto impacto tuvo entre
algunos intelectuales alemanes, como
Ernst Jünger entre los más destacados.
A partir de esta publicación se difun-
dió el pensamiento de Gómez Dávila
en Europa. Cabe resaltar también el
desempeño del profesor de filosofía de
la Universidad de Padua, Franco Volpi,
quien a su vez no solamente impulsó
la traducción de los Escolios en Italia
(Adelphi Edizioni), sino que incitó a
la reedición de Notas y de los escolios
completos en Colombia con la com-
plicidad talentosa de Villegas Editores
(Obra completa, 2005). Sin embargo, si
bien el pensamiento de Gómez Dávi-
porque una mirada a las reseñas de la
prensa “oficial” (periódicos, revistas)
de la época da cuenta de su inserción
en estos “circuitos culturales”. Ahora
sí, queda la pregunta: ¿por qué, a pesar
de estos apoyos, su obra no tuvo mayor
reconocimiento durante su vida? ¿Por
su “anacronismo intelectual” (Hernan-
do Téllez, El Tiempo, 3 de agosto de
1960) tal vez en un periodo de marxis-
mo imperante dentro de la intelectua-
lidad europea y latinoamericana? Pero
por fortuna estos tiempos han pasado
y el pensamiento de Gómez Dávila,
precisamente por su carácter “anacró-
nico” –intempestivo, para hablar como
Nietzsche– sigue vigente. De hecho,
hay que recordar, como él mismo lo
confesó: “No pertenezco a un mundo
que perece. Prolongo y transmito una
verdad que no muere” (Escolios a un
texto implícito, I).
Acerca de la obra gomezdaviliana,
otro punto en el cual acierta Ruiz-Cal-
derón es en reconocer la importancia
de su primer libro publicado en 1954,
al parecer bajo la iniciativa de su her-
mano Ignacio. Si bien los Escolios son
“la culminación, el capo lavoro” [pág.
71] de su obra, y Textos, publicado en
1959, resulta ser un intento “fallido del
ensayo” [pág. 73], sin Notas –segura-
mente apuntes de juventud– “no se
puede trabajar sobre el colombiano”
[pág.71]. “Los temas de Notas, prosi-
gue Ruiz-Calderón de manera muy
apropiada, son premonitorios de los
que trata en Escolios, de forma que
podemos decir que estos últimos son
la última etapa de la obra de toda una
vida”. De modo que “no es posible
el conocimiento de Gómez Dávila
sin acceder a Notas” [pág. 73]. De
hecho, leemos en Notas el principio
de este “proceso de sedimenta-
ción” que culminará años después en
los Escolios dado que, como lo escribe
de vida” [pág. 125].
De ahí la importancia y la “centra-
lidad” del escolio en la obra gomez-
daviliana. En efecto, “el escolio, en
cuanto es un comentario marginal a
un texto, pretende una modestia de la
que carecen otras formas de la escri-
tura fragmentaria” [pág. 149]. Por lo
tanto, esta modestia, no desprovista
de ironía, sitúa al bogotano en la ge-
nealogía de los grandes autores de
aforismos como Lichtenberg, Joubert,
La Rochefoucauld, Nietzsche, y, más
recientemente, Cioran. Sin embargo,
la “originalidad” de este gran estilista
que no pretende la originalidad reside
en el misterioso “texto implícito” que
supuestamente comentan los escolios1.
Por lo tanto Ruiz-Calderón dedica un
importante capítulo (el quinto) al
examen de las varias hipótesis nacidas
del “gran debate” [pág. 205] buscan-
do saber cuál es este texto. Descarta
de manera argumentada que sea “la
religión democrática” (Pizano de Bri-
gard), “el texto no redactado” (Volpi),
el “conjunto de la tradición occiden-
tal” (Torres Duque) o sus “lecturas,
sus pensamientos, sus conversaciones,
lo que ve y escucha, en definitiva, su
vida” (Gonzalo Muñoz) o, nada más
ni menos, “Dios” mismo (Goenaga).
También remite a nuestra propia hipó-
tesis según la cual el “texto implícito”
fuese un texto escondido “que no pue-
de hacerse explícito precisamente por
su extremada incorrección política”
[pág. 210]. Tiene razón Ruiz-Calderón
en apuntar que sería una posibilidad
respecto a un académico francés, mas
no en el caso de Gómez Dávila, que no
tenía porqué esconder sus lecturas por
motivos políticos o universitarios. Sino
que obedece, según nuestro juicio, no
tanto a una estrategia de ocultamiento
política o ideológica sino filosófica y
literaria, es decir irónica en el sentido
que Leo Strauss ha dado a este método
socrático y que hemos desarrollado en
otras ocasiones2.
La ironía socrática en la interpre-
tación straussiana está vinculada con
la existencia de un orden jerárquico
natural entre los hombres y consiste
en dirigirse de distinto modo a dis-
tintos tipos de personas. En este caso
interviene el uso de la forma breve en
Gómez Dávila que obedece no sola-
mente a un propósito estilístico sino
a un doble objetivo. Por un lado, la
el autor, “su obra en las formas valiosas
que nos ha legado ha pasado por un
proceso de decantación, en el tiempo
y en el esfuerzo” [pág. 121]. No es ca-
sual que los primeros Escolios serán
publicados en 1977, ¡teniendo el autor
64 años! Aquí también la vida y obra
del autor están tan ligadas que, como
lo señala muy bien Ruiz-Calderón, la
primera resulta ser una expresión de
la segunda: “El estilo es no solo una
regla de escritura, sino también, y de
manera muy determinante, una línea
la tuvo mucho más acogida dentro de
los círculos intelectuales europeos –la
mayoría de ellos conservadores–, decir
que el autor de los Escolios “solo cono-
ció un éxito póstumo ya que el escritor
colombiano se cuidó de situarse fuera
de los circuitos culturales dominantes
de su época” [pág. 119] nos parece exa-
gerado. Primero, porque las editoriales
que publicaron sus Escolios han sido
siempre del Estado colombiano (Ins-
tituto Colombiano de Cultura, Procul-
tura, Instituto Caro y Cuervo); luego,
“manera corta y elíptica” de escribir
sirve como enseñanza “exotérica”
para expresar una verdad directa que
impacta al “vulgo”. Por otro lado, su
estilo de “breve sugerencia” tiene que
acercarse al tema de manera elíptica.

De este modo, permite una lectura
secundaria (“esotérica”) por parte del
“sabio”, quien supone a quién o a qué
se refiere el autor y, además, percibe
las relaciones subyacentes entre las
ideas hasta remontar a sus principios.
Este lector “sabio” tiene que adivinar,
reconstruir él mismo el hilo argumen-
tativo. Recordemos que Gómez Dávila
afirmaba que “el aforismo supone que
autor y lector viven dentro de un mis-
mo universo de discurso” (Notas).
Esta hipótesis, a diferencia de las
precedentes mencionadas pero que
tampoco las invalida, no pretende
dilucidar el contenido del texto im-
plícito, es decir el qué, sino el cómo.
En este sentido y de igual manera,
Ruiz-Calderón comprueba nuestra
suposición aludiendo a uno de estos
textos “implícitos” con la crítica a la
“religión democrática” a partir de su
interpretación de Eric Voegelin sin
que haga referencia explícita al autor.
Entonces, si el colombiano “sigue las
huellas del autor austriaco” [pág. 214]
en este sentido, ¿por qué no nombrarlo
tal vez como todo buen comentarista?
El “gran debate” alrededor del texto
implícito gomezdaviliano queda abier-
to. El libro de Ruiz-Calderón tiene el
mérito inigualable de abrir otros ca-
minos.

Michaël Rabier

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