sábado, 20 de agosto de 2016

Simon Leys sobre especialistas I.

La amnesia de los lectores es la piedra angular de la autoridad de un especialista. (Simon Leys. Los especialistas en China)

3 comentarios:

  1. ¡Magistral Señor Serrano...completamente Magistral, Inmenso su texto!


    Borges: " Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos"," La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.", " Yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".

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  2. A veces el hombre se inventa cada tontería que se mantiene en el tiempo y no la rectifica, luego cada cual traduce de un mismo texto lo que le viene en gana y el mensaje principal queda mal interpretado.



    Luís Cernuda: El viento y el mar.


    Con tal vehemencia el viento
    viene del mar, que sus sones
    elementales contagian
    el silencio de la noche.

    Solo en tu cama le escuchas
    insistente en los cristales
    tocar, llorando y llamando
    como perdido sin nadie.

    Mas no es él quien en desvelo
    te tiene, sino otra fuerza
    de que tu cuerpo es hoy cárcel,
    fue viento libre, y recuerda.

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  3. El Acorde de Luís Cernuda:


    El murciélago y el mirlo pueden disputarse por turno el dominio de tu espíritu; unas veces norteño, solitario, olvidado en la lectura, centrado en ti; otras sureño, esparcido, soleado, en busca del goce momentáneo. Pero en una y otra figuración espiritual, siempre hondamente susceptible de temblar al acorde, cuando el acorde llega.

    Comenzó con la adolescencia, y nunca se produjo ni se produce de por sí, sino que necesitaba y necesita de un estímulo. ¿Estímulo o complicidad? Para ocurrir requiere, perdiendo pie en el oleaje sonoro, oír música; mas aunque sin música nunca se produce, la música no siempre y rara vez lo supone.

    Mírale: de niño, sentado a solas y quieto, escuchando absorto; de grande, sentado a solas y quieto, escuchando absorto. Es que vive una experiencia, ¿cómo dirías?, de orden «místico». Ya sabemos, ya sabemos: la palabra es equívoca; pero ahí queda lanzada, por lo que valga, con su más y su menos.

    Es primero, ¿un cambio de velocidad? No; no es eso. El curso normal en la conciencia del existir parece enfebrecerse, hasta vislumbrar, como presentimiento, no lo que ha de ocurrir, sino lo que debiera ocurrir. La vida se intensifica y, llena de sí misma, toca un punto más allá del cual no llegaría sin romperse.

    ¿Como si se abriese una puerta? No, porque todo está abierto: un arco al espacio ilimitado, donde tiende sus alas la leyenda real. Por ahí se va, del mundo diario, al otro extraño y desusado. La circunstancia personal se une así al fenómeno cósmico, y la emoción al transporte de los elementos.

    El instante queda sustraído al tiempo, y en ese instante intemporal se divisa la sombra de un gozo intemporal, cifra de todos los gozos terrestres, que estuvieran al alcance. Tanto parece posible o imposible (a esa intensidad del existir qué importa ganar o perder), y es nuestro o se diría que ha de ser nuestro. ¿No lo asegura la música afuera y el ritmo de la sangre adentro?

    Plenitud que, repetida a lo largo de la vida es siempre la misma; ni recuerdo atávico, ni presagio de lo venidero: testimonio de lo que pudiera ser el estar vivo en nuestro mundo. Lo más parecido a ella es ese adentrarse por otro cuerpo en el momento del éxtasis, de la unión con la vida a través del cuerpo deseado.

    En otra ocasión lo has dicho: nada puedes percibir, querer ni entender si no entra en ti primero por el sexo, de ahí al corazón y luego a la mente. Por eso tu experiencia, tu acorde místico, comienza como una prefiguración sexual. Pero no es posible buscarlo ni provocarlo a voluntad; se da cuando y como él quiere.

    Borrando lo que llaman otredad, eres, gracias a él, uno con el mundo, eres el mundo. Palabra que pudiera designarle no la hay en nuestra lengua: Gemiit: unidad de sentimiento y consciencia; ser, existir, puramente y sin confusión. Como dijo alguien que acaso sintió algo equivalente, a lo divino, como tú a lo humano, mucho va de estar a estar. Mucho también de existir a existir.

    Y lo que va del uno al otro caso es eso: el acorde.

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