A estas alturas del siglo ya deberíamos saber que las
oligarquías partitocráticas con sistema representativo no terminan con la lacra
de la corrupción política, probablemente porque ésta va inevitablemente unida a
la organización social de los hombres, después de la caída. Pero una visión
fría y realista de nuestro entorno debe llevarnos a la conclusión de que la
oligarquía partitocrática española es especialmente corrupta, es decir, sale
muy mal parada en la comparación con países del entorno.
El discurso de que estos países tienen “más tradición
democrática”, es decir, que bastaría el paso de los años para que nosotros
lográsemos una situación similar no es convincente. La tradición en la
corrupción genera mayores hábitos de
corrupción.
Hay diversas explicaciones de la corrupción que parecen
detenerse es algunas causas intrínsecas, es español sería de por sí más
corrupto, el régimen español hereda una situación de mayor corrupción que otros
y se constituye una tradición de corrupción etc.
La solución que se propone juega con la panacea ñoña de la
educación. Los españoles serán menos corruptos o menos tolerantes con la
corrupción cuanto más sean educados en el discurso anticorrupto, caracterizado
por eso que se llama la tolerancia cero
ante la misma. Mi escepticismo ante la solución es completo. Cuando los
discursos educativos surgen de un sistema esencialmente corrupto, como es el de
la educación española, la enorme diferencia entre lo que se dice que hay que
hacer y los que se hace lleva al mayor de los cinismos, que es donde estamos.
Si el plus de corrupción en España tiene sus causas más o
menos localizadas, lo que se debe hacer es actuar en lo posible sobre las
mismas, y sobre eso no se está haciendo mucho.
Una gran parte de lo más escandaloso de la corrupción
procede del sistema de financiación de los partidos. Al financiarse de forma
ilegal han fomentado la conducta ilegal de sus miembros y así a la corrupción
institucional se ha unido la que surge de la desmoralización del agente
político. Tanto para el partido, (o el sindicato) tanto para mí, ha sido un
ejemplo recurrente.
La panacea de la descentralización, desde el Estado
Autonómico, a la gestión económica de entidades como las Universidades, también ha ayudado mucho en el proceso, sobre
todo cuando los sistemas internos de control funcionarial han saltado hechos
pedazos al poco de implementarse. En efecto, en su mayoría esos sistemas
proceden de los sesenta en su definición jurídica pero en los ochenta ya
estaban fuera de juego.
Sobre el poder judicial mejor no hablar, se ha hecho tan
gravoso y difícil actuar con energía desde el mismo que los efectos han sido
también una notable desmoralización.
Otra fuente de corrupción es el perfil del político. La
oligarquía española es de las peores y más impermeables al exterior. Sólo la
crisis de sistema que padecemos parece que lleva a la búsqueda de renovaciones
o reclutamientos fuera del escalafón que comienza en las juventudes y culmina
en el joven-viejo maleado en más de un decenio de corruptelas internas. Pero
habría que esperar a ver si el reclutado del exterior no termina tan maleado
como el impresentable profesionalizado.
Dentro de mi pesimismo gomezdaviliano a mi ahora lo que me
preocupa no es tanto la corrupción sino las soluciones que se nos presentan.
Con el juego de la casta y la no casta lo que viene es un sistema populista de
tintes totalitarios. Estos prometen acabar con la corrupción siempre. De paso
se llevan por delante casi todo lo demás, especialmente la libertad política o
la escasa libertad de pensamiento que reina entre nosotros.
El problema no es tanto la corrupción inherente a estos
sistemas que se llaman populistas para no darles el nombre completo de su
pretensión totalitaria. El problema es lo que implican sobre las modificaciones
de la forma de vida de un número relevante de ciudadanos y sobre la
civilización. Sorprendentemente, y como es un tópico, al menos desde las
definiciones del XIX de ciertos autoritarismos, en estos sistemas la corrupción
y la incompetencia es lo único que permite cierta supervivencia al ciudadano
disidente. Cuando consiguen ser muy eficaces y menos corruptos estos sistemas
son demoledores.
El problema no es la corrupción el problema es el hombre en sí mismo, y así ha sido todos los tiempos, su egocentrismo, su envidia, su querer tener siempre razón, su poder, su odio, su oscuridad en sí misma que más oscura se hace y al otro lado la poca blancura, nada más todo lo demás tonterías de explicaciones.
ResponderEliminar¡Nos hemos tragado el cuento chino de que somos los más corruptos!
ResponderEliminar¡Se sigue planteando el problema de si la sociedad debe despertar o no ser tan ignorante, pero si ya no quedan ni personas!
ResponderEliminarSi una persona se traiciona así misma, Señor Serrano, ¿ a qué o a quién no traiciona también?.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=PuyYc0gINbU
¡El hombre sólo ante su miseria moral!, por muchas vueltas que le demos.
ResponderEliminar¡Sabe Señor Serrano, yo me quedo con lo sublime, eso sí que no tiene precio, es la hermosura de la propia vida, y ésta es un Fado!
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=QoEZB0XvEZQ