martes, 17 de noviembre de 2015

El profesor de ética de los negocios y sus editores.

Me han contado que  al cabo de los años y después de haber vendido cientos de libros a una editorial determinada, nuestro profesor despertó del sueño de la razón debiéndole dinero a la editorial y viendo como   esta le reclamaba 32 euros de unos ejemplares de los propios libros que tomó, probablemente, para su difusión, hace ya muchos años. Creo que la revelación debe recibirse  como un relámpago iluminador de hasta qué punto los autores hacen  el canelo, creyendo que han  colocado un libro difícil al editor, o le han  forzado a muchas correcciones o se han retrasado  en esta u otra entrega del texto etc. Todo es una vana presunción. Si algunas editoriales pagan el coste de la edición corta con los 100 primeros ejemplares, el vendedor de 1000 libros, por ejemplo, les ha dado 900 de ventaja pero esos 900 no valdrán ni para cubrir 15 que  pida extra para intentar que algún amigo lo reseñe o recensione. El negocio queda claro, quien publica , salvo en los viejos tiempos del negocio textil que decía Albadalejo, lo hace  por la vanidad de aparecer, tal como le sucede a los denostados    amateurs. Para el editor es un pardillo dispuesto a darse la paliza por la esa misma vanidad. El amateurismo timbre de honor, consagración del ocio creativo, no es por tanto más que un paso hacia el carnero degollado.

El profesor en las actuales circunstancias, y salvo cuando produce textos, es un amateur que se cree profesional y que puede hacerse la ilusión de estar en una tarea común con su editor. Realmente, la comunidad, salvo raras excepciones,  es en realidad un contrato de explotación. De vez en cuando creemos que nos venga uno u otro amigo que ha colocado un libro ilegible que ha permanecido entero en las cajas de la distribuidora. Vana ilusión, esta venganza realmente prepara la nueva vuelta de tuerca del próximo contrato, que con desdén fatuo no se ha  mirado hasta sus últimas líneas.  ¿Debió negociar? ¿Superar la pereza o la humillación de andar dando vueltas? No sé, quizá no hay nada que hacer y tan solo  queda el consuelo tan gomezdaviliano de adquirir la necesaria lucidez sobre nuestra precaria condición.

1 comentario:

  1. ¡Eah, Señor Serrano yo que tenía la ilusión de poder publicar aunque fuera un pequeño librillo de poemas, ya he visto la realidad, y lleva el artículo mucha razón!, me ha gustado lo de la " Vana Presunción" y la " Vana Ilusión" , yo sí que tengo de esta última...


    Tendremos que consolarnos con adquirir la necesaria lucidez de D. Colacho sobre nuestra precaria condición y tan precaria, y los que aparentan no tenerla, no sé...no sé...


    ¡Yo por mí no tendría ni la pequeña lucidez, Señor Serrano, que disgustos nos trae al corazón apenándolo del todo!

    ResponderEliminar