Debemos comenzar esta
intervención aclarando que queremos decir con el término antibioética. Toda vez
que es lícito suponer que los asistentes tienen una idea más o menos formada
sobre la objeción de conciencia. Consideramos la antibioética como una forma de
abordar la bioética distinta de la habitual y que tiene sus raíces en la “hermeneutic
of suspicion.” Debo puntualizar también que no considero que sea la única forma de abordar el
estudio bioético. Desde luego no es la mas habitual ni tampoco es la forma más
constructiva. La hermenéutica de la sospecha y la antibioética sirven, sin
embargo, para realizar lo que el
escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila denominaba “ genealogy en un sentido
filosófico de los errores o del error”. Esta genealogía en sentido filosófico,
abordada también por autores como Alasdair MacIntyre sería a juicio del
escritor bogotano antes citado única forma en la que los críticos severos de la
modernidad podemos manifestarnos sin parecer una especie de “predicadores enfadados”.
No quiero tampoco decir
al privilegiar el uso del término antibioética que todos los que utilizan el término
más aceptado de “bioética”, ni todas las
asociaciones, ni todos los miembros de comités nacionales, como es mi caso,
seamos unos tontos útiles usados por la bioética dominante. Por el contrario
seguimos el camino trazado por importantes bioéticos o éticos médicos, esto
segundo la ética médica viene reivindicada con preferencia por autores de como
Pellegrino o Gonzalo Herranz.. Algunos bioéticos de gran peso también como Leon Kass nos hablan de la complacency in
Bioethics en una famosa referencia que refiere cual es el riesgo de los
bioéticos cuando se limitan a seguir las indicaciones del “main Stream”.
Todos podemos ser
complacent bioethics , en cuanto todos estamos en riesgo de pactar puntos
intermedios que fijen comportamientos menos inmorales que los más extremos.
Debemos recordar que estos acuerdos centristas o moderados pueden ser inmorales
en si mismos. . En buena medida, la construcción de la bioética complaciente ha
contado con la ayuda de mecanismos que hacen más aceptable sus sucesivas
rupturas del orden moral. El proceso sería primero una ruptura, supuestamente
moderada, alejada de dos extremos, consolidación de la ruptura y nuevo salto
tras la aceptación de lo controvertido. Esta última postura aceptada puede ser
más extrema que las anteriores.
Desde esta perspectiva la
objeción de conciencia tiene varias características que permiten observar los
sucesivos avances de la bioética complaciente.
En un primer momento el
reconocimiento tiene un efecto tranquilizador de las conciencias,
posteriormente, las condiciones pueden endurecerse. Este efecto es natural en
cuanto lo que pretende la nueva bioética
es precisamente imponerse a la conciencia.
Esta perspectiva que
abordó no pretende quitar valor al reconocimiento de la objeción de conciencia
en el ámbito sanitario. Tampoco poner en
cuestión las diferencias que existen entre objeción de conciencia y resistencia
o desobediencia civil tal como se han definido por la doctrina. Lo que pretendo
principalmente es observar el juego de
la objeción de conciencia en nuestros días.
Fue el escritor polaco Stanislaw Jerzy Lec quien afirmo en uno de sus “pensamientos
descabellados” (Pensees echevelees) que
“La administración de la injusticia recae
siempre en las manos adecuadas”,
en este punto debemos temer que muchas resoluciones judiciales correspondan a
este certero aforismo.
Si dejamos a un lado las
argumentaciones construidas desde el campo de la bioética complaciente y observamos lo que
ocurre desde otro punto de vista, el que
se ha llamado de la lucha o
guerra cultural, veremos que la objeción de conciencia tiene en el actual campo
sanitario características nuevas.
El objetor de conciencia
tradicional, tal como por ejemplo se define en el artículo treinta de la
Constitución Española, se encontraba en una situación estable. Debía hacer frente a un deber jurídico
impuesto generalmente por una norma de larga permanencia. Su decisión era
entonces no participar en ese acto
previsto por la norma. . Habia varias razones posibles que justificaban la
objeción. . Una era considerar que el
acto objetado era inapropiado por una
interpretación distinta del mínimo jurídico común que debía reconocerse en la
legislación , por ejemplo una mayor o
menor protección al bien vida humana en las fases iniciales o terminales de la
vida. . Otra razón era pensar que dentro
de una actividad profesional determinada no podía pedirse la participación en un acto
concreto , por ejemplo ejecutar la condena de muerte por un médico. La razón
era la especial ética profesional. Cierto es que incluso estas objeciones
clásicas se han visto amenazadas hoy en día por ejemplo en el caso del personal
sanitario que no quiere participar en torturas.
Pese a los intentos de
normalización de ciertas conductas antes consideradas inmorales que realizan
los bioéticos y tratadistas constitucionales, la explicación de la guerra
cultural permite aclarar lo que ocurre.
Me gustaría ser más optimista pero yo no se si esta aclaración, esta
lucidez en el sentido de Gómez Dávila es útil en el sentido moderno, es decir,
sirve para cambiar las cosas, la situación
jurídica, o si se prefiere hablar en términos bélicos, ganar la guerra cultural. Estoy convencido,
sin embargo, que la obligación del intelectual es ver lo que acontece y
narrarlo. Si eso es útil o no, lo dirá la Historia.
Empecemos con una
afirmación del autor antes citado, el colombiano Nicolás Gómez Dávila, “It is no longer enough for the citizen
to submit—the modern state demands accomplices..” “Ya no basta que el ciudadano se resigne, el estado moderno exige
cómplices. Esta exigencia de participación en los actos de
un Estado queinvade atoda esfera privada parece propia de una etapa histórica que se da
por superada: el totalitarismo. Sin embargo, si el aforismo es cierto, la
acción del Estado moderno no distingue el ámbito privado y público tal como se
define en algunas descripciones optimistas, fundadas en la tradición liberal, sino que obliga al individuo hasta extremos
antes impensables. Esta obligación, que adopta formas impensables en el pasado,
convierte al sujeto en un permanente objetor, sencillamente cuando pretende realizar
actos propios, incluso más íntimos que la libertad ideológica.
En efecto, la libertad
ideológica y de conciencia parece diseñada o reconocida para determinadas
acciones en la esfera pública. Lo que ahora acontece es que una persona se
puede ver obligada a invocar esa libertad en actos que para nuestros
antepasados pudieran parecer absolutamente privados.
Veamos dos ejemplos recientes
ocurridos en los Estados Unidos de América:. Un jefe de bomberos de una ciudad
sureña escribe un libro sobre el comportamiento moral según su religión en las
relaciones sexuales. También habla en el mismo de la relación entre personas
del mismo sexo. Este jefe de bomberos es cesado en su cargo. Nos encontramos
ante un caso clásico de libertad de expresión de las propias convicciones. Lo
que no es tan clásico es la forma en la que se ha resuelto el dilema. En la
solución “generalmente aceptada” se muestra la imposición ideológica totalitaria de la ideología de género.
Otro caso, sin embargo,
puede desconcertarnos más. Un matrimonio tiene una pastelería y elabora pasteles de boda. En un momento determinado se
niegan a aceptar un encargo para una boda entre personas del mismo sexo. Para
ello aducen convicciones morales y religiosas que hasta el triunfo de la
ideología de género no se habían cuestionado. En esta colisión privada de
convicciones, más que de derechos, interviene el Estado, que ignora una
privacidad largamente reconocida, vincularse o no a determinada ceremonia
mediante el propio trabajo, para imponer un derecho absoluto de una parte, una
especie de derecho humano de sanción
estatal. Es una de las
prioridades políticas de toda una administración.
Lo que convierte la vieja
privacidad en un crimen y la nueva imposición en un derecho de una minoría no
es la posición real de poder en la relación. Es decir, no estamos ante un
Estado que horrorizado ante el hecho de que una pareja no encuentre tarta acude
en su protección ante un grupo agresivo y discriminador.
Lo que diferencia las dos
posiciones es el lado en el que se encuentran en la guerra cultural, es decir
su discrepancia o no de la doctrina mayoritaria adoptada por el Estado.
Parece una traducción del inglés.
ResponderEliminarLo que quiero decir es que hay alguna palabra en inglés que parece de un original ahora traducido, aunque no completamente
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