miércoles, 18 de febrero de 2015

El enemigo está dentro.

Repito el tópico de la defensa del cuartel de Simancas  de Gijón, no con el animo de producir la devastadora respuesta artillera sino con la intención de revelar el peculiar juego al que nos conducen nuestros líderes religiosos o civiles muy habitualmente. Una cierta incapacidad para la adaptación o flexibilidad nos ha llevado a algunos a estar siempre en riesgo de ser tildado de enemigo interior con el poco noble afán de alguno de hacerse amigo de los enemigos, casi siempre a nuestra costa.
De esta forma quienes quieren iniciar el camino de congraciarse con otros, no desde la generosidad caritativa sino en la actitud que rinde alguna vieja estrategia mas o menos rigurosa se ve obligado en la búsqueda de nuevos amigos a definir un enemigo interior, caricaturizado, pintado con rasgos gruesos de intolerante.
Este nuevo enemigo que se define queda inerme frente al ataque caricaturesco de quien hasta ayer aparecía como su amigo o el más enérgico defensor de la estrategia ahora en desgracia. El blanco de los nuevos ataques es presentado casi siempre como enemigo de algún gran principio, por ejemplo, la paz, lo que funciona especialmente a la hora de mostrarse comprensivo con los terroristas, o la unidad, a lo que se apela cuando se trata de acercarse a unos alejando a otros.
Por supuesto, quien se encuentra libre de este riesgo es el reaccionario auténtico. Y no por que no pueda ser caricaturizado sino en cuanto nunca es sorprendido. Este nunca da su plena aquiescencia a ninguna realidad mundana sabiendo que la traición es connatural a quienes quieren medrar entre nosotros. Si alguna vez se ha acercado a quienes puedan traicionarlo es por la necesidad de alcanzar algún objetivo inmediato (en política es evitar el triunfo de algún enemigo percibido como especialmente peligroso). Por eso el reaccionario auténtico puede enfrentarse a un error de cálculo, no previendo lo desastroso que sería el beneficiario de su apuesta suspicaz pero nunca a una traición, pues siempre comprendió la tendencia conservadora a la rendición pospuesta o la pasión de todas las jerarquías, incluyendo la  eclesiástica por sorprender gratamente al mundo.

1 comentario:

  1. Las dobleces son malas, y la gente se traicionan a ellas mismas, donde va el viento allí van, es connatural al hombre.

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