domingo, 4 de enero de 2015

Eutanasia penitenciaria. Hoy en la Razón.


Si Gómez Dávila afirmaba con contundencia que “todo hombre con principios es un asesino potencial”, es fácil imaginar lo que pensaría de la última paradoja del Estado humanitario, social y beneficente. La aplicación de la muerte no ya como pena sino como beneficio que el Estado aplica a quienes no han podido gozar plenamente de sus beneficios y, en cierta forma, arrastran una vida desgraciada.  Es también irónico que sea Bélgica purgados sus excesos genocidas congoleños  en el  Siglo XIX con los sufrimientos de las dos invasiones del Siglo  XX quien encuentre la nueva forma de administrar la muerte desde el Estado, una vez que toda la Unión Europea abandonaba la vieja pena por inhumana. Los gestos  exteriores se parecen extraordinariamente a los de la muerte como pena en el sistema humanitario de la inyección letal. Sin embargo,  en la eutanasia se ha roto el viejo tabú que se venía aplicando al menos desde el juramento hipocrático y los sanitarios al  fin han sido llamados a matar o específicamente a ayudar en el suicidio. Supongo que presentarlo como suicidio asistido es la última máscara de moralidad.
La aplicación de la muerte como beneficio al preso Frank Van den Bleeken de cincuenta y un años, cuyo padecimiento es la propia prisión y la imposibilidad de esta de curar sus agresivas pulsiones sexuales, es la cuadratura del círculo de la pena reinsertatoria.  Recordemos que la pena en su versión mas humanizadora y también utilitarista  sólo justifica el castigo en el beneficio para el propio criminal. Tanta aparente bondad  salta ahora  por los aires cuando ese aparente beneficio, ese tratamiento administrado por una Junta y supervisado  por psiquiatras,  prueba ser un gran sufrimiento. Un padecimiento tal que sirve de justificación al beneficio general que supone teóricamente la eutanasia. El lenguaje sanitario de nuestro derecho penal: interno, Junta de tratamiento,  beneficio, acaba  en un acto aparentemente sanitario, el suicidio médicamente asistido.

Lo de Bélgica no es tan lejano como nos gustaría pensar. Sigue la misma lógica implacable, idéntica máscara beneficente que observamos en la compra de niños tras encargarlos en el extranjero o en el debate creciente sobre la eutanasia neonatal, que es, huelga decirlo, la rehabilitación del infanticidio.  Evidencia en lo que se ha convertido buena parte de  la argumentación bioética: la muerte  administrada incluso a los sometidos a especial tutela. Parece que hay otros quince casos ya en la cola.

1 comentario:

  1. Muy interesante la argumentación, pero siempre se les olvidan las vítimas. Pur mucho sufrimiento que tenga el reo, más sufireron las víctimas. Por tanto la muerte no puede ser una liberación, la muerte, en todo caso, debe ser el castigo y aplicada por un verdugo y no como asunto terapeútico.

    Es muy curioso que sean los belgas loas abanderados de la muerte, lo fueron en el Congo y al parecer las invasiones que sufrieron no fueron suficientes para expiar sus males ya que son los abanderados de la muerte en Europa.

    Creo que en el fondo no es más que la cultura de convertir el mal mal en bien y el bien en mal.

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