sábado, 26 de abril de 2014

San Juan Pablo.

No soy objetivo, en absoluto, al celebrar la canonización de Juan Pablo II. Fue el papa de mi juventud, de mi matrimonio, del nacimiento de mis hijos. Fue el Papa que nos enseño el valor de la disidencia frente al mundo. Al que tuve la fortuna de besar cuatro veces el anillo y al que nadie tuvo que aclarar ni matizar nunca sus palabras. Puede que la memoria me falle pero en materia de Doctrina, aunque ciertamente siempre se escandalizan algunos, era de los mas clarito. Aparentemente victorioso con la caída del Muro, vivió la amarga constatación de lo que significaba el Nuevo Orden Mundial con la agresión a Irak, cuyos catastróficos resultados predijo.
Burkhardt decía que los bárbaros y los hombres de cultura norteamericanos carecían de sentido histórico. Nuestros progresistas han evolucionado desde ese estado de barbarie. Conscientes por fín de que no pueden controlar el futuro, nadie puede, se han volcado sobre el pasado y así se han dedicado a pulverizar la memoria del hombre que  en buena medida los puso en su sitio. Fue de frente contra la cultura de la muerte, no estuvo ni un segundo de perfil, y eso no se lo han perdonado.
De lo publicado en estos días no me han sorprendido la miserias de los contrarios sino algunas de las denominadas “defensas” que juegan al falso escándalo y a la “comprensión” de la crítica.  Es evidente que la Iglesia siempre paga el escandaloso comportamiento de muchos de sus miembros, pero es muy clarificador que la reconstrucción histórica siempre cargue desde el mismo sitio sobre los mismos.
Que se equivocó juzgando a algunas personas es evidente, pero intentar atribuirle complacencia con el abagarranamiento, con la pederastia homosexual o con el  abuso de drogas es una infamia. Por supuesto la infamia procede fundamentalmente de tres campos, uno el de los tontos útiles, con mucho los mas peligrosos pues el tonto frente al malvado no descansa nunca, otro el de los  listos católicos que juegan a amici de inimici, son el católico profesional que aparece en todo organismo y en toda tertulia para cargar contra la Iglesia. El tercer campo es el de los enemigos de la Iglesia, es decir, de quienes quieren hacer al hombre Dios y no admiten ningún límite en su acción reconstructora. Son los que han logrado en palabras de Gómez Dávila hacer de la tierra un remedo cursi del infierno.  El Magisterio de Juan Pablo II señalaba estos límites en los campos que les eran mas queridos. Es comprensible su acción. Juan Pablo II no vino a ganar ningún concurso de popularidad, en eso era plenamente cristiano, pero fue el  hombre mas popular de su tiempo. Y eso sin ninguna demostración gestual. Como todos los santos cristianos ha visto su tumba inundada de agradecimientos y de peticiones. Los que tuvimos la inmensa fortuna de rezar con él ahora rezamos ante aquella, esperando cada día un pequeño milagro, un rayo de esperanza.

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