lunes, 2 de diciembre de 2013

Artículo el centenario discreto. En la razón.

El centenario discreto. En torno a Gómez Dávila.
Por José Miguel Serrano.

Culmina el centenario del escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila con un homenaje en la Casa de América, en el que bajo el patrocinio de la Universidad Internacional de la Rioja y la Embajada de Colombia, se reúnen  lectores, editores y académicos.
Creo que es admirable el tesón con el que las entidades académicas, en este caso se han unido también profesores de la Complutense y de la javeriana de Bogotá, exaltan a los autores que  como don Colacho no tuvieron ninguna relación con la enseñanza reglada. Es una muestra de generosidad que, por un lado, ignora las ironías del bogotano “Enseñar exime de la obligación de aprender” y por otro parece darle la razón “El oficio del profesional, en las ciencias del espíritu, por lo menos, es el estudio de las obras del aficionado”.
Don Nicolás no era nada sistemático, y en su obra y en su propia vida puede mostrarse las aparente contradicción entre un hombre que participó en la fundación y financiación de un centro como la Universidad de los Andes, que aspiraba y en buena medida ha logrado renovar la enseñanza universitaria colombiana, y que a su vez juzgaba que “La educación primaria acabó con la cultura popular; la educación universitaria está acabando con la cultura”.
En el terrible mundo del especialista o en el aún más detestable  de la industria cultural don Colacho en su excentricidad tiene el indudable valor de devolvernos a la larga tradición del ocio y del disfrute, tradición casi perdida pero que define con su habitual concisión “La cultura del individuo es la suma de objetos intelectuales o artísticos que le producen placer”.
De este juicio surge la atracción que el bogotano ha ejercido sobre algunos espíritus contemporáneos. Un atractivo que ejerció casi sin querer desde su postura antiproselitista: “Sería interesante averiguar si ha habido prédica que no termine en asesinato”.
Un atractivo que se reforzaba por su insobornable independencia “Sólo la sumisión a Dios no es vil” y que se manifestaba en una temible ironía. “El mundo moderno no tiene más solución que el juicio final.
Que cierren esto”.
 Muerto hace casi veinte años se libró de su propia sentencia “Todo individuo que disguste al intelectual de izquierda merece la muerte”.

Esperemos tan sólo que, al  alabarle,  no incurramos en otro sus dictum “La verdadera gloria es la resonancia de un nombre en la memoria de los imbéciles”.

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