Allí una contienda se había entablado y dos hombres pleiteaban por la pena debida a causa de un asesinato:
uno insistía en se había pagado todo en su testimonio público y el otro
negaba haber recibido nada y ambos reclamaban el recurso a un árbitro
para el veredicto.
Y las gentes al uno y al otro, defensoras de una y otra parte, los
aclamaban con gritos de apoyo; y los heraldos, como es natural
intentaban contener a las gentes; y los ancianos estaban sentados sobre
sus pulidas piedras en el círculo sacro, y en sus manos tenían el bastón
de los heraldos, de voz sonora a través del aire, y con ellos se iban
levantando luego, de un salto y poniéndose en pie, y uno y otro,
alternativamente, cada cual pronunciaba su sentencia, y había justamente
en el medio de los ancianos dos talentos de oro para dárselos, el que
entre ellos, mas recta la sentencia pronunciara.
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