Dice Nicolás Gómez Dávila que "no pudiendo hablar siempre de la muerte, todos nuestros discursos son triviales". Con ánimo fúnebre recuerdo en estos momentos a amigos como A. que decidieron apenas hace unos meses dejarnos. En su fuga, me ha hecho ver, más allá del conjunto de trivialidades con que nos bombardean los vendedores de autonomías, lo falsa que es la afirmación contemporánea de la autonomía del suicida. De esto no se habla y probablemente es mejor que no se hable. Pero en el silencio de los afectados, de los doloridos, de los escandalizados triunfan quienes nos mienten sobre la realidad desesperada de quienes no se liberan de nada con un acto que nos deja a los demás con una terrible carga.
Epicuro es probablemente el filósofo autor de la mayor trivialidad. Cuando nosotros estamos ella (la muerte) no está, y cuando ella está nosotros no estamos. Creo que en el Jardín no debía haber muchos amigos pues como ha dejado expresado San Agustín es el temor a la amnesia sobre los seres queridos, su desaparición cuando también nosotros muramos, lo que nos interpela sobre la muerte.
A. deshace también el mantra pió sobre la superioridad de sentido de la fe. No conocí a nadie más creyente y, en consecuencia, más desesperado en su última decisión. Por ello me indigna el relato de quienes tratan esta ruptura, la de todos los que nos rodean, la que deshace los lazos personales, la que crea culpabilidades en quienes no son culpables en un sentido jurídico, con la ridícula imagen de la gaviota alejándose en el mar.
No hubo mar ni gaviota sino seca piedra en la huida de A. Me da pavor el futuro casi presente en el que se piense que la sustitución del salto por un cocktail de medicamentos es un acto de amistad, de cercanía, precisamente cuando han fallado las verdaderas cercanías y la misma capacidad de acompañar.
Puedo imputarme que acerco al agua a mi molino, pues no puede compararse la muerte deprimida con la huida del sufrimiento de las enfermedades, que es lo que ahora nos venden especialmente desde "el país". Me absuelvo de la acusación. La pérdida completa de las ganas de vivir o el despojamiento por enfermedad de aquello en lo que habíamos puesto las mayores ilusiones, de nuestra vocación , son causas tan respetables como el sufrimiento físico. De hecho generan un enorme sufrimiento, que ahora se denomina psíquico.
La depresión y los antecedentes familiares nos convencen de la falta de libertad en muchos suicidios,cuanto más en las peticiones, no sabemos si sinceras, de quienes no acometen un acto tan desconcertante por si mismos. Respecto a las previsiones en testamentos poco vitales mejor ni hablar.
Hace unos años un erasmus me dijo que ante un acto como este el Estado no tiene nada que decir. A mi el Estado me importa poco, pero el Derecho mucho. No me pueden convencer que la reacción jurídica ante quien no hubiese impedido el acto de A. o incluso ante quien le hubiese facilitado un medio menos brutal debe ser la indiferencia. A el no puedo juzgarle, pero veo los efectos de su ausencia, de su acto, en la comunidad de sus amigos. Quizás podemos imaginar alguien tan solitario que pudiese reclamar esa supuesta autonomía, la inexistencia de lazos sociales; incluso respecto a ese ser que no conozco podríamos recordar con Terencio que nada de lo humano nos es ajeno.