Decía el gran frondista De la Rochefoucauld que ni el sol ni
la muerte se pueden contemplar directamente, pero he aquí que nuestros
socialistas, tras grandes dudas y sumados al radicalismo postmoderno o totalitario-podemita
quieren convertir el derecho a la muerte en el gran derecho, el derecho por
excelencia, el derecho que distingue una sociedad arcaica de una sociedad
plenamente moderna.
Parece una gran contradicción la ocultación de la muerte que
define la sociedad actual y la proclamación del derecho a morir
“dignamente”. Pero dado que morir no es
un derecho sino la principal definición de lo humano, según Heidegger, es
posible que la contradicción no exista. La muerte beneficente según Robert Redeker, que tanto ha sufrido la condena
a muerte islamista, oculta bajo la beneficencia dos máscaras, una es la actitud
pusilánime ante la propia muerte y el propio sufrimiento, otra es la
imposibilidad de atender el sufrimiento humano que es lo que nos define, ser animales que saben que
van a morir.
Hay poca beneficencia en la muerte digna y mucho interés. Un
interés que es fundamentalmente el de mantener la ficción ideológica de que no
hay vejez o decadencia, que no hemos sido dependientes ni vamos camino a la
dependencia, que somos autónomos en la rueda de hámster de la producción
consumo. Tras la ficción de la eterna juventud, de la vida sin dependencia,
podríamos caer en la cuenta de cuál es el verdadero destino de la vida humana
ligado a él, de que tenemos derecho a esperar de nuestros allegados, de los
médicos, de la sociedad en su conjunto e incluso del Estado.
Pero he aquí que el Partido socialista nos vende como una
liberación la renuncia al derecho que tenemos a esperar la solidaridad humana y
nos vende la muerte humanitaria que tanto equilibra los presupuestos
“sociales”.
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